Se van los hijos y de repente hay que aprender, re-aprender, a vivir en pareja o en elegida soledad.
El otro día me contaba una amiga, cuyos hijos “por ley de vida” han ido “abandonado el nido”, la sensación de tristeza que tuvo al pasar por un pasillo del Mercadona y mirar el estante donde estaban los tarros de la nocilla y pasar de largo porque en su casa ya no hay nadie que la utilice. “Tantos años comprando nocilla y de pronto mi cesta se queda huérfana de nocilla. Tantos años criando hijos y ahora qué.”
1.- Los hijos se van, unos antes que otros la verdad, y nos dejan para hacer su vida. Desde que nacen todo lo que van aprendiendo les lleva a ser cada vez más independientes, educamos a nuestros hijos para que el día que salten lleven la maleta cargada de herramientas para que vivan su propia vida.
Los hijos no son nuestra razón de ser, los hijos no son el sentido de nuestra vida. Los hijos no nos pertenecen, se pertenecen a sí mismos y por eso los educamos para que sean lo que ellos quieran o sean capaces de ser.
Dañinos amores esos que se basan en que “tú eres el aire que necesito para respirar”, terribles amores los amores egoístas, los amores idolatrados, los amores que pasan factura. Se van tus hijos y ese día es para estar satisfechos con la tarea que hemos ejercido, ser padre, ser madre. Porque si los padres no enseñamos a amar con total generosidad, ¿quién se lo va a enseñar? Si, llega el día en el que tus hijos se van de casa ¿Y ahora qué?
2.- Ahora te quedas a solas, o bien con tu “cari”, o bien contigo.
No es fácil el tránsito este de ser madre y/o padre que ejerce la tarea de ser padre o madre para pasar a ser una especie de padre-madre honorífica, o padre-madre de escayola. Dejas de ser padre o madre y vuelves a “pareja de”, o a “single” durante 24 horas al día.
Se van los hijos y de repente hay que aprender, re-aprender, a vivir en pareja o en elegida soledad, porque los últimos veintitantos años nos hemos dedicado a eso de la crianza. Hemos sido fundamentalmente más padres y madres que parejas, más padres y madres que hombres o mujeres.
Y convendrás conmigo que con los y las “caris” se tiene menos paciencia, “que si no me hables desde la cocina que no te entiendo (como que si hablar desde el salón hacia la cocina fuera más audible); Que si mira como roncas, que si lee, que si estás leyendo todo el día, que si no comas tanto que vas a reventar o come algo que te va a dar un yuyu y claro luego yo a cuidarte…Se van los hijos y nos dejan frente a frente a nosotros con nuestros caris, solos ante el peligro, sólo ante nuestra vida. Solos frente a un futuro en el que las únicas certezas son la pastilla de la mañana, la del medio día y la de la noche.
De un día para otro y sin anestesia uno deja de ejercer la tarea de ser madre o padre y entonces qué. Sí, la casa más recogida. La casa más silenciosa. La casa organizada. Se van los hijos y nos dejan una buena papeleta, ¿quién nos enseña a envejecer en compañía o en escogida soledad?
Tendré que empezar a escribir un blog que se llame “Escuela de Caris”, antes de que sea tarde.