El origen de numerosas localidades extremeñas se encuentra en la leyenda. Es normal y hasta lógico cuando la historia se desconoce o se pierde. Pero hay ciudades, como Mérida, cuya importancia en el pasado consigue que se le atribuya no un origen legendario, sino hasta cuatro.
Y la más bella de esas leyendas es quizás la menos conocida, la que atribuye a una legendaria y bella reina Mãrida la fundación de la inmensa, marmórea y monumental ciudad que a lo largo de los siglos y por pluma de Larra se transformó en “la humilde Mérida, semejante a las aves nocturnas, que hace su habitación en las altas ruinas”.
Muhammad Abú Abdala Al-Idrisi Al-Sarif, que vivió en el 1.100 d.C., fue el principal geógrafo del mundo árabe. Es él el primero que nos habla de la reina Mãrida, hija del Rey Horosus (¿Horus?).
Asegura Al-Idrisi que los numerosos vestigios y restos que perviven en la ciudad atestiguarían la grandeza y el poderío que tuvo esta reina, que era servida en platos de oro y plata que bajaban flotando hasta su mesa repletos de deliciosos manjares.
Afirma el árabe que “en las ruinas de la ciudadela hay una habitación que llaman “la cocina”, que se encontraba sobre la sala de recepciones de la palacio”.
Desde allí, y por un ingenioso sistema de canales, los cocineros enviaban los dorados platos y las plateadas bandejas repletos de delicias, que se depositaban suavemente delante mismo de la Reina Mãrida y de sus asombrados invitados.
Pero la reina Mãrida, además de aficionada a la buena mesa debía ser un puntito presumida, porque si esta antigua “cocina domótica” era curiosa, más lo era el legendario espejo en el que al parecer contemplaba su impresionante belleza, situado en lo alto de una torre, en otro palacio más pequeño que se encontraba al sur de la muralla.
Tenía el espejo veinte palmos de circunferencia y giraba sobre sus goznes en sentido vertical. La reina Mãrida lo había mandado construir, nada más y nada menos, que a imitación del que el gran Alejandro había hecho fabricar en el faro de Alejandría.
Para los arqueólogos es posible que, más que un enorme “espejito de mano” en el que contemplar la belleza, este magnífico objeto podían ser parte de un sistema de comunicación por señales de reflejos, algo mucho más lógico en una reina que, por muy bella que sea, quiera conservar su reino a salvo.
Según otro historiador árabe, Al-Himyari, en el siglo XV los restos de la torre y del espejo aún permanecían en pie.
Ya les decía al principio que esta legendaria y misteriosa reina es mi preferida para la fundación de Mérida, pero si no les he convencido, aquí tienen una panoplia para elegir:
El traductor oficial del árabe de los reyes Felipe II y Felipe III, el gran fabulador Miguel de Luna, atribuye la fundación de Mérida a Sem Tofail (Túbal), nieto nada menos que de Noé.
Afirma que en la ciudad se encontrón una inscripción escrita en lengua caldea donde se narraba la historia de Túbal, y de cómo sus descendientes de multiplicaron en la ciudad hasta 65.000 personas, curiosamente la cantidad de habitantes que conviven actualmente en la ciudad.
Fray Francisco de Coria tampoco se corta un pelo y recoge la fundación de Mérida nada menos que por Hércules, quien vence por estos pagos a los Geriones y decide llamar a la ciudad “Memórida”, en memoria de esta victoria.
Con esto, y con su fundación por parte de la tribu de los “Mirmitones”, acabamos nuestras fundaciones legendarias emeritenses.
Otro día les contaré más leyendas sobre los orígenes de nuestros pueblos, pero por hoy permítanme quedarme con el recuerdo de la reina Mãrida, de su enorme belleza y de su cocina cuasi mágica arrullada por el sonido del agua. Porque se non è vero, è ben trovato, y con los calores de hoy mejor soñar que meterse en la cocina.
Sobre todo si no es acuática.