La mágica comarca de Las Hurdes ha pasado de tener una leyenda negra a considerarse un paraíso de leyenda. Pero no hay paraíso sin serpiente, y en Las Hurdes las serpientes legendarias abundan en sus riscos, sus bosques y sus ríos.
En pleno corazón de su macizo montañoso, lindando con el río Hurdano, nos acercamos a Nuñomoral. En esta zona, como en muchas otras, las serpientes se han tenido desde la más remota antigüedad como guardianes de tesoros.
Así lo atestigua el Eliseo Marín, en su testimonio recogido por Iker Jiménez y en el que cuenta que existen en la zona las llamadas cuevas del Risco y de la Peña Merina, donde hay un tesoro enterrado con el que mucha gente del pueblo ha soñado hasta tres veces seguidas.
En la Peña Merina muchos contaban que se oía como un tintinear extraño. Es una poza muy profunda y nadie se atreve a meterse mucho en ella, pero un día se ve al “bicho” hacia fondo de su oscuridad. Es una serpiente de gran tamaño, más del doble de una bastarda, que muerde por igual a hombres y ganado. Si la pillas dormida puedes pasar sin peligro, pero si se despierta ya te puedes dar por muerto.
Y aún se afirma que, ya en tiempos más recientes escucharon unos silbidos por el lugar. Al parecer, un descendiente del “mal bicho” estaba de nuevo por allí. Mató a varias cabras, y a punto estuvo de llevarse también por delante a algún aldeano.
Finalmente los lugareños cogieron unos matojos y le prendieron fuego justo a la entrada de aquella mala cueva. Sonaron los silbidos por última vez. La bicha no pudo salir, al pesar de su esfuerzo, y murió asfixiada.
Quizás era de la misma camada que otra que habitaba en Martilandrán y de la que nos habla Domínguez Moreno y que creó una torrentera que se encuentra cerca del poblado.
El dueño de una hermosa vaca comprueba como las ubres de su animal están cada día más escuálidas y secas, por lo que decide vigilarla. Así descubre que, cada atardecer, una gigantesca serpiente repta por los riscales y sigilosamente se acerca hasta el tranquilo animal y, trepándole por las patas, mama con avidez.
El ingenioso vaquero, incapaz de enfrentarse a la monstruosa culebra, fabrica un ungüento con pólvora y se lo restriega a la vaca en la ubre. Vuelve la serpiente como cada jornada a la cata de su preciado alimento y lo engulle ávidamente como es su costumbre.
El efecto de la pócima no se hace esperar. Al instante el monstruoso reptil se hincha como una pelota, y explota, volando por los aires y formando la más negra nube que conocieron los siglos, que descargó tal aguacero que arrastró hasta las profundidades del Valle del Malvellido parte de la ladera. La impresionante tormenta configuró el socavón que aún hoy se contempla.
Y es que parece que a las monstruosas serpientes del río Hurdano son aficionadas a la leche, según recoge la leyenda que contaba el bisabuelo Manuel Teferico y recoge Javier Martín, del tiempo en el que las escarpadas montañas eran enormes praderas de exuberante vegetación donde los pastores criaban sus rebaños de cabras.
En una ocasión un misterioso desconocido se acercó donde había varios cabreritos y les hizo una proposición:
– ¿Habría alguno de vosotros que quisiera verter una cuartilla de leche en una poza del río, durante un año seguido, todos los días al atardecer, y sin volver la vista atrás jamás?
Todos los cabreritos se negaron a realizar aquella proposición, menos uno, que aceptó el trabajo porque era tan tímido que no se atrevió a decirle que no.
Al día siguiente empezó su tarea, y así la realizó durante muchos días, hasta que la curiosidad ganó la partida y decidió esconderse entre los matorrales para saber quién se bebía la leche. Al cabrero se le salían los ojos de las órbitas cuando vio a una enorme serpiente con siete cabezas salía del charco y devoraba la leche de un trago, desapareciendo de nuevo en lo profundo de las aguas.
Pasado un tiempo se acercó de nuevo el misterioso desconocido hasta el cabrerito y le dijo:
– Ya no hace falta que pongas mas leche en la poza. Ahora coge tu rebaño y márchate a casa, pues algo terrible va ha suceder.
Enseguida empezó a nublarse el cielo y un gris casi negro se apoderó de todo el Valle. Cayó un diluvio que hizo crecer el río de mar a monte. En aquella crecida arrastró las cabras de los otros pastores e incluso alguno de ellos fue arrastrado por la fuerza del agua. Aquella crecida se llevó a la serpiente y desapareció en el océano.
Pero esta serpiente, como todas las de la zona, parece ser inmortal, porque apareció años después en Roma atemorizando a la población y guardando la mansión del misterioso desconocido.
Pero es otra rama de la leyenda, que como las sierpes del río Hurdano, parecen tener siete cabezas y (esperamos) el don de la inmortalidad.
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