Al diablo también le gusta Extremadura. Prueba de ello son los topónimos que aún hoy salpican nuestra geografía, como el Puente del Diablo de Arroyomolinos de la Vera y la Cascada del Diablo en Villanueva de la Vera, el Canchal del Diablo en Montehermoso, o el Tranco del Diablo en Monroy.
Aquí se encuentra como en casa. Tanto que El Diablo tiene casa propia en Campanario. Así que no debería sorprendernos que por estas tierras no campe solo, porque en Extremadura somos infernalmente igualitarios. Por eso aquí también tenemos Diablas. Y varias.
“¡Eres más mala que una diabla y un gato negro!” es una frase que se repite en Valverde de Leganés, donde La Diabla es una tradición que se repetirá mañana y en la que el misterio, la oscuridad, el fuego y lo esotérico protagonizarán la Noche de San Bartolomé.
Ya el día anterior un pregón insta a los vecinos a que permanezcan encerrados en sus casas o a que lleven amuletos y cruces protectoras. Ese día, las mujeres, portan un enlutado y tétrico atuendo, constituido la mayoría de las veces por túnicas negras con una lámpara en la cabeza, y recorren las calles arrastrando las cadenas que las habían mantenido presas. Vagan rápidas y huidizas, amedrentadoras o lentas otras, pero siempre atemorizantes.
Una hora antes de la medianoche se hace la oscuridad en el entorno de la Iglesia de San Bartolomé: La Gran Diabla y su séquito salen, según la tradición, de una piedra de la torre de la iglesia y ocupan la plaza.
La Diabla, desafiante y provocadora, indica a las fuerzas del mal el inicio del recorrido por las calles y plazas con el fin de llevar el miedo a todos los rincones del pueblo. A golpe de palo o escobazo intentan abrir las puertas, librándose sólo las protegidas con cruces de Caravaca, o calaveras fabricadas a base de calabazas o sandías descarnadas por dentro, con los huecos de ojos, nariz y boca, iluminados por la luz rojiza de una vela en el interior.
La Gran Diabla y sus secuaces continúan su avance destructor hacia La Plaza, donde esperan las Fuerzas del Bien, integradas por ángeles blancos, zangarrones, y, curiosamente, diablillos. Se produce el enfrentamiento y las Fuerzas del Mal son derrotadas. La Gran Diabla es derrotada, y encadenada, es conducida a la torre de la iglesia, donde nuevamente san Bartolomé la mantendrá encerrada hasta el año siguiente.
La personalidad de este santo es extraña y misteriosa. Predica en la India, Etiopía, Arabia, Armenia y Persia. Era pues conocedor de las religiones y filosofías del Oriente. Exorciza demonios. Lo despellejan vivo y sobrevive, por lo que se le asocia a la inmortalidad y con el cambio de piel de las serpientes. San Bartolomé o Natanael, porta una hoz en su mano derecha, y un libro cerrado y una cadena sujetando a un ser mitad demonio mitad serpiente con la mano izquierda.
Pero la Gran Diabla no está sola. Higuera la Real y la templaria Jerez de los Caballeros también reviven la víspera de la festividad de San Bartolomé una de sus tradiciones más ancestrales, la Salida del Diablo. Cada 23 de agosto, cientos de niños provistos de cruces realizadas por sus padres y abuelos se congregan al mediodía en torno a la iglesia del santo. El diablo sale del templo vestido con traje rojo, alas, cuernos y rabo de color negro, y recorre las calles asustando a los niños.
Cuando el sol desaparece y llega la noche tiene lugar otra escena singular, la “quema del rabo del diablo” en el Llano de Santa María, cuyos vecinos hacen acopio de paja para formar hileras a las que se prende fuego junto a dos efigies infernales: El Diablo y la Diabla.
Y de nuevo El Diablo, el fuego y las cruces.
Y de nuevo La Diabla, la serpiente y la noche.
Hasta el año que viene, cuando se cierre otro ciclo y la serpiente vuelva para morderse la cola. Y el diablo para quemársela. Y que nos vean aquí, aguantando como campeones el agosto extremeño. Con un calor de mil demonios. O demonias.