Hace miles de años, cuando éramos romanos, celebrábamos en estas fechas de finales de marzo las fiestas en honor de Attis, durante las que se reproducían los actos principales de la vida de este dios-hombre: nacimiento, emasculación, muerte y resurrección.
Probablemente, aún antes, ya festejábamos la resurrección de la naturaleza y la llegada de la primavera y la fertilidad por estas tierras, y hoy en día, a pesar del paso del tiempo y de la historia, aún podemos descubrir, a poco que nos esforcemos, retazos poco ocultos de estos ritos.
Aunque hoy le hemos negado el elegante nombre de Attis y lo llamamos, más cercanamente, Manolo, Morcillo, Peropalo o simplemente “compadre”. Es lo que tiene conocernos desde hace tantos siglos, que se coge confianza.
Manolo es un pelele de Losar de la Vera que es privado de sus atributos varoniles. No es gratuito ni lo escribo para ponerles mal cuerpo, que todo tiene su razón de ser. Afirma el investigador Dominguez Moreno que existe una similitud entre esta fiesta y la castración de Attis. Sus festivales se desarrollaban al inicio de la primavera y en ellos se lloraba la muerte y se festejaba la resurrección de esta deidad frigia de la vegetación. En el llamado “Día de la sangre” los novicios se cortaban los testículos y los lanzaban contra la diosa Cibeles, la madre/amante de Attis. Estos elementos eran recogidos, empaquetados y enterrados, ya que se consideraban eficaces para llamar a la vida al dios y acelerar el renacimiento de la naturaleza. Esa misma noche “resucitaba” la efigie enterrada.
La emasculación de Manolo, la supuesta sangre derramada y la manipulación de sus arrancados órganos viriles debieron tener como fin el vigorizar a la naturaleza para su renacimiento primaveral.
Pero Manolo no está solo. En Rivera del Fresno se celebra el Jueves de Compadres donde unos ‘peleles’ de paja llamados “compadres” con unos exagerados atributos sexuales toman las calles antes de ser inmolados. Afirma el investigador rivereño Juan Francisco Llano que estos “compadres” demuestran el carácter atávico de este festejo, a la vez que tiene un sentido de llamamiento a la fertilidad y a la primavera.
Otro que no puede abrocharse bien los pantalones es El Morcillo, también llamado Pericu o Mingorru , gigantesco pelele con grandes atributos sexuales del atávico carnaval Hurdano, a quien pasean por el pueblo, según nos cuenta el investigador Félix Barroso, despertando la libido de las mozas, que al atardecer llorarán cuando el pelele es ahorcado y quemado. En Aceitunilla El Morcillo es un pelele mezcla de hombre y de macho cabrío y que muestra, como no, unos enormes atributos sexuales.
Y otro que tal calza, pero menos, es el famoso Peropalo de Villanueva de la Vera, pelele engalanado y bigotudo que cuando es transportado por una mujer levanta sonrisas picaronas entre los vecinos, ya que se cree que el muñeco puede tener cierto poder de talismán sexual y ayudar a un futuro embarazo. Al confeccionarlo, es ritual que sea una mano femenina la que cosa el cierre de las zonas erógenas. Además, en el desfile, camina “la capitana” portando una zarza con un grueso chorizo en el extremo que representa el miembro viril del castrado Peropalo. Y por si hubiese alguna duda de la relación peropalera con los ritos de primavera, aún quedan coplas que recuerdan que a este pelele, antes de relacionarlo con Judas , se le llamaba “Revive”.
“A ese que llaman Revive
y por nombre Peropalo,
le ha salido la sentencia
que tiene que ser quemado”.
El alias, Revive, como afirma el catedrático Fulgencio Castañar, apunta a una característica fundamental, la capacidad de resurrección que tiene el sujeto. Esto es lo que hace lógico que cada año se celebre.
La pregunta es: Si las fiestas de la fertilidad y resurrección de la naturaleza se celebraban alrededor del equinoccio de primavera… ¿Por qué todos estos peleles se pasean por Extremadura en febrero, es decir, un mes antes? Me atrevería a decir que la iglesia católica tuvo mucho que ver y no le haría ninguna gracia ver a estos seres en permanente erección mezclándose con su Semana más Santa. Así que nuestros antepasados, reacios a olvidar sus ritos ancestrales, se vieron obligados a adelantarlos un mes, cuando había más manga ancha gracias a los carnavales.
Por cierto, que quien sí se pasea por esas fechas en todos los pueblos, como ya ha observado Flores del Manzano, es otra figura sangrante, hijo de otra Gran Madre, a quien también asesinan en un madero (Attis lo fue en un árbol), al que se llora y que resucita al tercer día. El hijo de un dios que afirma que él es “la Resurrección y la Vida” y al que los profetas llaman “El Renuevo”.
Nada nuevo, pues. Cada uno lo haremos a nuestra manera, y algunos de varias al mismo tiempo, pero seguiremos rindiendo culto al renacer de la vida, al sol que la ilumina, a la expulsión de los dioses del frío y a la tenaz fragilidad de los brotes que despuntan. Porque estamos condenados a repetir, año tras año, siglo tras siglo y milenio tras milenio, el milagroso ciclo de la vida. Y que dure.
.