Estamos inmersos en un eclipse total de Luna, más conocido como “Luna de sangre”… ¿No es emocionante? Se le llama “Luna de Sangre” porque el satélite se tiñe de rojo, ya que al entrar al cono de la sombra de la Tierra, la luz del Sol, que pasa por la atmósfera terrestre, se refracta en los colores del arco iris, excepto el rojo, que se dispersa y hace que veamos a la luna de ese color.
Aquí ya estamos acostumbrados a las lunas de sangre, pero no se crean ustedes que nos hace mucha ilusión. Como afirma el antropólogo Flores del Manzano,en Extremadura se encuentra muy divulgada la creencia de que ciertos astros, por su color y forma, presagian desgracias colectivas.
Y es lógico, hasta cierto punto, que las formaciones rojizas en el horizonte, sobre todo cuando van asociadas a la luna, sean indicativas de males venideros, ya que el color rojo siempre se ha asociado con la sangre. De hecho, todavía se pueden encontrar muchos ancianos extremeños que afirman que la guerra civil española fue anunciada por una enorme luna teñida de rojo.
En el pueblecito de El Torno, en el Valle del Jerte, tienen claro que si aparece la luna “encanuzá”, es decir, muy enrojecida, ocurrirán sucesos trágicos.
Sombras en la luna
En otros lugares como Las Hurdes se afirma que cuando aparecen unos puntos rojizos dentro de la superficie totalmente llena de la luna, es que una mujer estaba a punto de parir. Y lo bueno es que aseguran que se cumple inexorablemente…
Cuando las manchas lunares eran de un negro cetrino era indicio inequívoco de que esa madrugada saldrían las manadas de lobos, impulsados por una fiereza extraordinaria, lo que hacía desaconsejable poner un pie fuera de la seguridad de la casa durante las horas nocturnas, bajo riesgo de perecer entre sus temibles colmillos.
Pero sin duda, la figura más conocida que aparece en la superficie de la luna es “El hombre de la luna”, conocido en todas las culturas y en todos los tiempos. En Extremadura también tenemos nuestra propia versión, recogida en Las Hurdes por el periodista Iker Jiménez, en la que se cuenta que esa figura es la de un hombre con su mulo, un buhonero mentiroso y soberbio que intentando un día timar a los hurdanos, afirmó en un pueblo:
– «Que me trague la Luna si miento».
Acto seguido la blanca luna descendió, mostrando su rostro más temible, y engulló sin compasión al fanfarrón y a su pobre borrico. Desde entonces, condenado por haber faltado el respeto a la diosa de la Noche, purga su pena en los oscuros reflejos de sus siluetas, viviendo eternamente con su jumento en la faz de la luna.
Rezando a la luna
Y es que lo de observar la luna nos viene de antiguo… Cuando éramos celtas, las noches de plenilunio salíamos a los campos e iluminábamos los montes con grandes hogueras. Alrededor del fuego danzábamos y entonábamos canciones y rendíamos culto a la luna.
Más tarde, cuando fuimos romanos, cambiamos el nombre de la diosa y la llamamos Diana, y la adorábamos en Ibahernando, Santa Cruz de la Sierra, Abertura y Arroyo de la Luz, entre otros muchos lugares donde aún no han aparecido vestigios arqueológicos que atestigüen su culto.
Ya por aquel entonces a los niños les colgábamos del cuello medias lunas grabadas en metal con el fin de librarles de maleficios e impedir que “los cogiese la luna”. Estos amuletos protegían de los alunamientos, de los que ya hablamos en otra ocasión y también evita los “pechos alunados” de las madres en periodo de lactancia. También para atenuar la artrosis paralizante y para acelerar las menstruaciones este amuleto era “mano de santo”.
Según los arqueólogos Barrientos, Cerrillos y Álvarez, el culto a la Luna con connotaciones funerarias pervive en Extremadura hasta bien entrado el siglo IV a. C., lo que constituye una muestra de su enorme importancia en la mentalidad popular.
Y lo curioso es que estos amuletos lunares continúan pasándose de abuelas a nietas, miles de años después.
Hechizo de luna
Si Diana- Selene es diosa de la luna, también lo es de las brujas, por lo que no es extraño que los hechizos relacionados con la blanca luna abunden en nuestras tierras.
Ya hablamos en otra ocasión de la influencia que la luna se cree que tiene en el momento de la concepción o en la selección del sexo del futuro bebé, así que vamos a centrarnos en lo que es sin duda un rito ancestral que se continuaba practicando hasta hace bien poco.
Nos cuenta el historiador Domínguez Moreno como en el pueblo cacereño de Ahigal, en las cercanías del embalse, bajo la luz de la luna llena, las muchachas que deseen conocer el rostro de su futuro marido deben formar un corro agarradas de la mano, y entonar el siguiente ensalmo:
“Luna, luna, lunera.
Dame un novio aragonés:
No me importa que sea manco
Ni que mire del revés,
Y que no tenga narices
Ni que esté cojo de un pie,
Ni que ande por la noche
Por encima de la pared.
¿Dónde está mi novio?
¿Dónde está?, que lo veré.
A la una, a las dos y a las tres”.
Llegado este punto, las mozas deben soltarse, levantando los brazos, mientras miran fijamente a la luna. Tras un breve instante, en el que el silencio debe ser total, la luna hará imaginar a la joven el rostro de su futuro marido.
Tras la aparición se deben bajar nuevamente los brazos, se toman de la mano de nuevo y vuelven a girar en corro, recitando la siguiente salmodia:
“A mi novio he encontrado,
a mi novio lo encontré.
A la luna, luna, luna;
A la luna, luna, oré.
A mi novio lo he encontrado
Y pronto me casaré”.
Las que participan en el juego aseguraban que, pasado el tiempo, se casaban con el novio que la luna les había hecho imaginar.
Las extremeñas, brujas o no, seguimos rezándole a la luna miles de años después de elevar nuestra primera plegaria a su frío y blanco rostro nocturno.
Esperemos que Selene nos siga escuchando. Aunque el novio, por lo que a mí respecta, se lo puede quedar junto al señor del burro.