El brandy puede con todo. Santo y seña de los destilados patrios. El más español de todos los aguardientes españoles. Hondo. Elegante. Como el Tercio. El brandy se hizo para la amistad y la sobremesa. Para la tertulia y el beso. Pero en esta ocasión les hablaré de otro de los usos que se puede dar a un barril de brandy.
Hubo un tal Nelson que fue haciéndose un nombre en la Armada Británica a costa de causar estragos en el Imperio Español. Pero, como era de esperar, a todos no agradaba el comportamiento del tunante. En 1797, mientras se empecinaba en asaltar Santa Cruz de Tenerife, en contra de la opinión de sus habitantes, un mosquete español le desbarató el brazo derecho. Por enredos semejantes se dejó un ojo en Córcega. Y tanto va el cántaro a la fuente que en la batalla de Trafalgar un plomazo se le atragantó para los restos. El plomo y, a la postre, el brandy español. Ya se sabe que los ingleses no tiran nada que pueda ser útil. Con la flema que les es propia decidieron macerar al bueno de Horacio en brandy del que llevaban a bordo. Llevaban brandy para eso y para más. Quizá alguno de los oficiales ingleses, gente leída donde las haya, recordó que el cadáver de Alejandro Magno fue trasladado en una vasija de barro llena de miel. Mejor en brandy… Y que coja solera. Era el 22 de octubre de 1805. Buscó refugio el HMS Victory en Gibraltar, donde el brandy fue sustituido por vino. El barril llegó a Inglaterra el 4 de diciembre. Lord Nelson también. El vino…a medias. El 11 se le hizo la autopsia y se extrajo la bala. Se conserva. Pueden verla en el Castillo de Windsor. Ya he dicho que los ingleses no tiran nada. ¡Pero del vino no se volvió a saber! Aseguran que más de uno libó del ataúd.
Todavía hoy la marinería de Albión, antes pérfida, dice eso de beber en la bodega del almirante cuando se sopla donde no se debe. Y termino. Famosas últimas palabras. ‘England expects that every man will do his duty’. ¡Brindemos por ello! Con brandy de Jerez, claro.