La historia tiene extraños caminos. Hechos increíbles que sin embargo son ciertos. Lo de la fala es cosa de meigas, o de “bruxas” que dicen los mañegos de Sa Martín de Trevellu. Mañego, fala,… Sierra de Gata,… Tres pueblos: Valverde, Eljas y San Martín de Trevejo. Solo tres. Tres pueblos extremeños donde se mama el gallego aunque nada se sepa de pulpos a la hora de comer. Algo que es digno de verse y, por encima de todo, de oírse.
Gentes venidas de Galicia repoblaron estos lares allá por el Medievo. Trajeron su idioma, que al amparo de montes y soledad, ha sobrevivido más allá de lo increíble. Junto a la lengua guardan condumios sorprendentes en sus “boigas” o bodegas. Platos como la ensalada mañega, curiosa donde las haya, hecha con bacalao, huevo duro, pimiento, aceitunas y la gracia de naranjas y limones. Pariente la ensalada hurdana, que Teresiano Rodríguez, quien fuera director de este periódico, me asegura que tiene su origen en la Sierra de Gata. Y si él lo dice, y por ser su sapiencia mayor que la mía, lo juro yo como cierto. Platos como el esparragao, que viene a ser un cocido de berza y patata rehogado en aceite, vinagre macho y algo de torrezno. Quesos serranos, aceites tremebundos, pitarras de vaso ancho, bosques mágicos, senderos inolvidables,…
Dicen también que por estas tierras pasó San Francisco de Asís y mandó levantar un convento. Sea cierto o no, el caso es que el convento se levantó. Hoy es una curiosa hospedería que merece la visita de los sibaritas.
Habitación 102. Amanece en el “Val del Xálima”. Con la mirada perdida en la alberca, con los ojos puestos en lo que fue huerto del convento, pienso en la cena de ayer. Soberbio chuletón de buey a la piedra que Hospederías de Extremadura acaba de incluir en su carta de verano. Lujuria de la carne en San Martín de Trevejo. El sol ya sobre las glicinas en flor. Me voy a duchar. Aquí las habitaciones tienen tina con vistas al dormitorio. Tina, sí tina, sí. Bella palabra que ya solo oigo en boca de ese cosmonauta del siglo XIX que es mi amigo Felipe Albarrán. Con solo apretar un botón toda la bañera queda vista desde el lecho. Digo esto para aquellos que, además del gozo de la fala, la ensalada mañega, los chuletones de buey y la bella arquitectura popular, sean devotos de amar. O de la higiene, sin ir más lejos. Camino del desayuno se me viene la lujuria a la cabeza, pero un cartel del comedor me recuerda que “quando tinha veinte anus tinha a cara colorá, tagora tinhu cinquenta a barba branca tinhu ia”.