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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

LAGARTIJO EN LHARDY

A Lagartijo, primer califa del toreo.

 

En Lhardy se come, sí o sí. En Lhardy la historia se sirve de aperitivo. Morir sin haber comido en Lhardy es de mala educación. Al menos eso debía pensar Lagartijo. Aventuras finiseculares de una España devota de Frascuelo y María, como escribió uno de los Machado. Frascuelo le perdone. Y María.

Lagartijo fue el primer califa del toreo. Y los califas no saben francés. Ni falta que les hace. Al menos si no cruzan caminos en Lhardy. Menos francés y más tauromaquia. Ahora les cuento. Por Lhardy.

Rafael Molina, alias Lagartijo, nació en Córdoba porque es en Córdoba donde nacen los califas del toreo. Era 1841. Hijo del “Niño Dios”, Manuel Molina, banderillero por la gracia del mismo Dios ya citado. Rafael, colosal torero, fue, en los ruedos, pesadilla de Frascuelo y en las tabernas, hombre de muchos amigos, simpático y querido por todos. “Rafael, tú eres el mejor torero que yo he conocido, me quito la montera, y no me quito la cabeza porque la necesito para torear”, dijo de él su rival, señor de Granada, Frascuelo.

Paseaba el califa una noche solitario por Madrid cuando le asaltó la gazuza, que lo mismo muerde en Sol que en los patios cordobeses. Y entró en Lhardy. Todo iba bien hasta que le presentaron la carta y se anunció el desastre. La carta de los restaurantes de lujo estaba, en aquel fin de siglo, siempre en francés. Lengua finolis, pero poco inteligible. Así  que, para salir del paso, el torero señaló con el dedo y se encomendó a su suerte. No le fue del todo mal, le sirvieron una sopita. Calentita, sabrosa. Pero como no le llenara del todo pidió un segundo. A dedo, claro. Y en el sorteo resultó sopa. La segunda. Pero los toreros no tienen miedo ni en Lhardy. Volvió a intentarlo. Señaló y la fortuna, que es traidora en la ruleta del azar, decidió que fuera, por tercera vez, ¡sopa!

El maitre, que iba para embajador, le preguntó si quería algo más. Pero el califa dio muerte a tamaño becerro con su clásica media lagartijera y recibiendo. “Lo que me va a traer es una copa de coñac, que a mí, por las noches, no hay quien me quite mis tres sopitas y mi copa de coñac”. ¿Falso? ¿Cierto? ¡Torero en los alberos celestes!

 

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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