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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

Tortilla sin huevos

Portada del libro 'Cocina de Recursos'.

Portada del libro 'Cocina de Recursos'.

Hay que comérselo todo. Todo lo que en el plato haya. Ley soberbia y sabia que de niños nos enseñaron. Ley fundada en el respeto que merecen las cosas de comer. Sin embargo, cumplirla se hace, en ocasiones, cuesta arriba. Así, por ejemplo, no conviene alardear de severo cumplidor cuando uno resulta ser jurado en tal o cual concurso grastronómico, porque no siempre hay tragaderas para tanto condumio. Es entonces cuando rebosa el remordimiento de quien se sabe pecador, la pena de dejar el plato a medias y la ofensa a quien no tiene qué comer. Compartir, partir el pan, es, compañeros, lo que nos hace humanos. Tirar comida, mucha o poca, es siempre barbarie.

Al hilo de estos pensamientos reaparece Ignacio Domenech, aquel cocinero catalán, cuyos muchos recetarios inundaron los estantes de los aficionados al buen yantar en el tiempo de entreguerras. Nacido en Manresa, en 1874, trabajó en mil y un restaurantes, primero en Barcelona, luego en Madrid, más tarde en París y, finalmente, en Londres, donde fue alumno del mismísimo Escoffier. Hombre inquieto, recogió recetas, de aquí y de más allá, con afán enciclopédico para sus más de veinte libros publicados.

Y digo que me viene a la cabeza el sin par Domenech porque uno de esos libros, “Cocina de Recursos”, es fiel espejo del hambre vivido en la retaguardia republicana durante la guerra civil. “La obsesión de estos meses finales de 1938 es la comida. Observo a todas horas las conversaciones más variadas para resolver el problema de comer nada más que regularmente. En fábricas, talleres, oficinas, en todas partes, todos los días, semanas y meses no se sueña más que en la comida”. Evidentemente la censura republicana evitó que se publicara la obra, por lo que tendría que esperar a la finalización de la guerra para ver la luz.

El libro contenía recetas curiosísimas y enormemente imaginativas como los buñuelos de crisantemos, las chuletas de arroz, los calamares fritos sin calamar o los cardillos borriqueros a la madrileña. Recetas más emparentadas con el hambre que con la buena mesa. Pero ninguna alcanzó mayor popularidad que su famosísima tortilla de patatas sin huevos ni patatas. Tortilla en la que los huevos eran sustituidos por un engrudo hecho de harina, bicarbonato y agua, y las patatas por el blanco de la piel de las naranjas. Hagan la prueba. ¡Está riquísima! Al menos lo estaba en la Barcelona de 1938.

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


abril 2013
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