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Manuel Pecellín

Libre con Libros

La búsqueda de la palabra precisa

Los lectores encontrarán apuntes de literatura, historia, filosofía, política, psicología, ética y estética, vida cotidiana… presentados con brillantez

Lentamente madurada durante un quinquenio (2003-2007), Razón de mudo (aprender a esperar) es un libro extraordinario, fuera de lo común, fruta exquisita de un árbol al que nutren raíces tan plurales como poderosas. Agustín Villar (Salamanca, 1944), también poeta reconocido, nos ofrece en casi medio millar de páginas de prosa depuradísima un volumen donde ha volcado, tras exigente decantación, admirables cosechas. Los lectores, seducidos sin duda, encontrarán aquí apuntes de literatura, historia, filosofía, política, psicología, ética y estética, vida cotidiana… presentados con fulgurante brillantez . Pero, sobre todo, verán hacerse realidad el tópico de que quien toca a un libro, toca a un hombre, al artífice de tan elaborado producto.

Como en otras ocasiones –recordaré su Crepusculario menor, 1998– Agustín recurre al estilo aforístico, a la estructura fragmentaria del discurso, que adquiere en él esa forma de mosaico o calidoscopio de tanto arraigo en la cultura anglosajona, bien conocida por el autor. Los textos aquí reunidos y numéricamente ordenados, todos con luz propia, van sucediéndose de forma alternativa, en dos series con diferencias gráficas: en letra redonda, del 1 al 880, se lee ese conjunto de teselas, cada una de las cuales responde perfectamente a la definición ofrecida por el maestro Ferrater Mora, acordándose tal vez de Leibniz: «Expresión breve e ingeniosa con la que se manifiesta una idea original o la esencia de un conocimiento… Son breves, cerradas, de modo que cada pensamiento posea relativa autonomía, una expresión monadológica». Intercaladas y en cursivas, del 1 al 149, componiendo así la urdimbre de tan brillante jarapa, concurren otras piezas de carácter más narrativo y extenso, aunque con el mismo aire familiar, donde abundan las anécdotas más o menos picantes; el relato de sueños; los comentarios a obras ajenas o la denuncia social.

Tal es la arquitectura, con reiteraciones deliberadas, de este patchwork, «un libro híbrido y mestizo, un libro a caballo del centón y el diario, que no (es) relato ni poema, ni lírica ni drama. Un libro que (es) memorial sin testamento, ambiguo y múltiple, invención y testimonio. Un mamotreto fragmentario…» , según cabe definir con el propio autor (pág. 133) su manta trapera, construida por retales lingüísticos .

Éste se nos presenta como un nostálgico de mocedades, escritor vocacional y lector compulsivo, enamorado de la soledad, autoexigente, escéptico, melancólico, cosmopolita, admirador de la belleza juvenil, inconformista, crítico de a estupidez humana (más aún si la encuentra en presuntos inteligentes), desconfiado ante el poder y debelador de esas camarillas provincianas que tanto abundan en el mundo de las letras. «Niño fue solitario, adolescente arisco, joven apartado, hombre posesivo y orgulloso de una letrada distinción, gestada con lentitud, tosquedad y terquedad. Y, sin embargo, extraordinariamente vulnerable», escribe en el parágrafo nº 433, para concluir en el siguiente: «Las capillitas y sus cofrades abominan del solitario».

No creo que eso le importe mucho a alguien cuya máxima pasión es reunirse , a través de la escritura, con Nietzsche, Steiner, Bierce, Canetti, Cioran, Th. Bernard, Benet, W. Benjamin, Orwell, G. Grass, Ortega, Unamuno, María Zambrano, Bukowski, A. Pizarnik, Jünger, Monterroso, M. Duras o Prokosh, por no decir los clásicos grecolatinos o renacentistas, con Erasmo al frente. ¡Cómo le dolería si, en lugar de escritores apesebrados, «personajillos de la carroña» (pág. 385), tan abundantes en el entorno, aquellos le hiciesen blando de sus saetas , a él, que lo daría todo por una página impecable!.

Consciente de las limitaciones biológicas de la edad, a este letraherido, que «abomina de localismos, terruños, fronteras, patrias y banderas» (pág. 70); pesaroso porque nunca supo qué hacer ante la infelicidad y el dolor ajenos (pág. 124); permanente aspirante a la plenitud; enfadado por guerras como la de Irak… siempre le quedarán el recuerdo infantil de las sobremesas familiares; el París de juventud; los impulsos utópicos; las aficiones bibliográficas (Juan Manuel Rozas en el horizonte); los sueños nunca del todo cumplidos; el sobresalto frente a una joven hermosa.

Y, más que nada, la búsqueda incesante de la palabra precisa. Porque, en último término, si te pones a ver, todo es gramática (pág. 83). Imprescindible es sólo aprender a manejarla.

Título: Razón de mudo (aprender a esperar). Agustín Villar. Editorial: Editora Regional de Extremadura

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