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Manuel Pecellín

Libre con Libros

Poesía en Auschwitz

Esta obra poliédrica, que participa del ensayo, la biografía y el género novelístico, está dedicada a honrar la memoria de las víctimas y execrar a sus verdugos.

Con esta obra, que ahora se reedita, obtuvo su autor el premio ‘Dulce Chacón’, convocado por el Ayuntamiento de Zafra. Casi un lustro después, la novela de Adolfo García sigue pareciéndome un libro excelente y de absoluta actualidad. El escritor vallisoletano, colaborador del periódico El País, poeta reconocido y hombre inmerso en el mundo editorial, reincide en un tema, el holocausto de los israelitas a mano de los nazis, que nunca dejará de conmovernos. ¿Quién no conoce el dicho de Adorno sobre la barbaridad de pretender escribir poesía después de Auschwitz? Encarnando en este abominable campo de concentración las labores exterminadoras del III Reich, el gran filósofo alemán quiso decir que ya nada podía ser lo mismo en la historia europea. No sólo la literatura, sino cualquier otro producto cultural contemporáneo, ha de producirse sin poder quedarse al margen de la «soah».

Es el tema que desarrolla la novela El comprador de aniversarios, haciéndolo con recursos no ajenos a los de la grandes creaciones poéticas, sobre todo la multiplicación de las anáforas, la pulcritud del lenguaje, el derroche imaginativo y la habilidad para componer entradas múltiples, saltándose la lógica espaciotemporal hasta confluir en las claves interpretativas.

Primo Levi, el famoso escritor italiano que pudo escapar casi milagrosamente de Auschwitz y relatar aquellos horrores, describe en La Tregua (1969) un caso conmovedor, el de un niño encerrado allí, de donde no saldría nunca. Podría representar el prototipo del don nadie. Era «un hijo de la muerte, un hijo de Auschwitz. Parecía tener unos tres años, nadie sabía nada de él, no sabía hablar y no tenía nombre: aquel curioso nombre de Hurbinek se lo habíamos dado nosotros (…) Estaba paralítico de medio cuerpo y tenía las piernas atrofiadas, delgadas como hilos; pero los ojos, perdidos en la cara triangular y hundida, asaeteaban atrozmente a los vivos, llenos de preguntas, de afirmaciones, del deseo de desencadenarse, de romper la tumba de su mutismo. La palabra que le faltaba –continúa Primo Levi– y que nadie se había preocupado de enseñarle, la necesidad de la palabra, apremiaba desde su mirada con una urgencia explosiva: era una palabra salvaje y humana a la vez, una mirada madura que nos juzgaba y que ninguno de nosotros se atrevía a afrontar, de tan cargada que estaba de fuerza y de dolor. Ninguno excepto Henek: era mi vecino de cama, un muchacho húngaro robusto y florido, de 15 años. Henek se pasaba junto a la cuna de Hurbinek la mitad del día. Era maternal más que paternal (…) Henek, tranquilo y testarudo, se sentaba junto a la pequeña esfinge, inmune al triste poder que emanaba; le llevaba de comer, le arreglaba las mantas, lo limpiaba con hábiles manos que no sentían repugnancia; y le hablaba, naturalmente en húngaro, con voz lenta y paciente».

Henek y Hurbinek son los personajes de la novela de Adolfo García, quien imagina (o compra) para el segundo posibles raíces familiares y aniversarios que nunca pudo conocer, pero que parecen verosímiles en aquel infierno. Las relata en primera persona un narrador desde la Universitäts-Klinken de Franfurt, donde sufre las secuelas de un accidente automovilístico sin poder eludir, por asociaciones distintas, que pasillos, quirófanos, médicos y otros sanitarios del hospital le recuerden la parafernalia de las SS y sus infinitas crueldades con los judíos a los que aplicaban «la solución final». Consideración recurrente en la obra son las enormes complicidades que tamaña masacre hubo de exigir por parte de científicos, arquitectos, militares, profesores y gente común. Terrible resulta comprobar como tantos de ellos nunca han pedido después perdón, ni manifestado siquiera disgusto, mostrándose como ciudadanos honorables, buenos y obedientes a órdenes superiores. Es la turbadora «banalidad del mal», que denunciase Anna Harendt, otra de las grandes personalidades judías citadas en estas páginas.

Aún no puedo recodar sin espanto el día que visité Auschwitz. Como también declara haberle ocurrido al novelista, la visión de aquellos pabellones de tortura, fusilamientos, horca, gaseado y cremación, pero, sobre todo, la estancia frente a los ingentes cúmulos de zapatitos infantiles (junto a gafas, maletas, pelo, ropas, etc. de los gitanos, comunistas, homosexuales y sobre todo judíos allí exterminados) constituyen una experiencia inolvidable. Puede compartirla de algún modo el lector de esta obra poliédrica, que participa del ensayo, la biografía y el género novelístico, dedicada a honrar la memoria de tantas víctimas y execrar a sus verdugos.

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