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Manuel Pecellín

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Filosofía de la ciencia

Hace poco tiempo (9 de marzo último), traíamos aquí una obra del mismo autor sobre Poincaré (Nancy, 1854-París, 1912), eminente matemático y filósofo. Javier de Lorenzo, a quien también le cuadran estas dos calificaciones, publica ahora sus propias ideas de cómo se lleva a cabo el quehacer científico en los tiempos actuales. Herederos de una sólida tradición, que aleja las raíces hasta Galileo y Descartes, los cultivadores de las diferentes ramas del árbol de la ciencia ven extraordinariamente crecidas sus potencialidades, aunque no sin quedar a la vez condicionados, por el sinnúmero de formidables instrumentos que la técnica les proporciona. Los ordenadores, entre todos, introducen cambios sustanciales en la praxis investigadora, basada fundamentalmente en la matemática y los experimentos, facilitando la elaboración de algoritmos y la construcción de modelos para cualquier tipo de fenómenos. Quizás aún no estamos en condiciones de medir las consecuencias antropológicas y sociopolíticas que los nuevos «artefactos» inducen, aunque nadie ignora que resultarán sustanciales. Cada vez más lejos de la naturaleza pura (si es que la misma ha existido desde que apareciese el animal racional), el hombre contemporáneo vive cada día más condicionado por los instrumentos que él mismo crea para comprender y dominar (o destruir) el medio.

La parte primera de este ensayo , sus cinco capítulos iniciales, está dedicada a exponer y explicar con números ejemplos cómo se conformó la metáfora-raíz que se halla a la base de la ciencia moderna y aún pervive: el universo es una gran máquina y lamateria que lo constituye, a todos los niveles, se encuentra continuamente en movimiento. Es la hipótesis epistemológica del Mecanicismo, en todas sus versiones. Acorde con ella, se fue generando un lenguaje determinado, donde sobresalen las fórmulas ideográficas de la matemática y la química. Funciones principales suyas son dar una visión de conjunto de distintos campos de conocimiento; proporcionarles estabilidad y permitir la comunicación sin caer en las típicas trampas. Me han parecido especialmente interesantes las consideraciones que el catedrático extremeño (un buen escritor, por otra parte) realiza (págs. 120-125) sobre el fructífero papel de la metáfora en la ciencia, sobre todo cuando se la maneja para los razonamientos ymodelos analógicos.

Justo al análisis de los modelos, sus clases y funciones, así como al papel de los mismos en la experimentación, están dedicados los dos capítulos últimos. Son muchas las cuestiones intrínsecamente relacionadas con la filosofía de la ciencia las que aquí irán planteándose. Acaso la más apasionante sea la de la fiabilidad epistémica del experimento: ¿hasta dónde son «verdad» los resultados obtenidos en el laboratorio, las teorías o leyes allí descubiertas, incluso cuando se puede contar con las mejores estrategias y los artefactos más perfectos? Porque puede ocurrir que nos encontremos con «hipótesis erróneas avaladas ‘experimentalmente’, interpretaciones equivocadas, aparatos experimentales no siempre adecuados… además del marco sociopolítico» como «factores que intervienen en la lectura e interpretación de unos fenómenos de la physis que se están produciendo en el laboratorio, ciertamente, pero se carece de una concepción ‘correcta’ de lo que, en el fondo se está haciendo» (pág. 200). El autor se aleja bastante de las tesis proclamadas por el Círculo deViena y los seguidores del empirismo lógico, cuya hegemonía se impuso en la segunda mitad del XX, para insistir en que, más que la falsación o verificación de las proposiciones –objetivo fundamental de aquellos–, o la obtención de leyes o teorías científicas, hoy importa más elaborar modelos posibles y la consecuente simulación computacional de lo real.

Para concluir que en un mundo de artefactos, el individuo ha de concienciarse de que también él es uno de ellos, aunque mantenga la esperanza de mantener su singularidad específica.

ENSAYO

– Título: Ciencia y artificio

– Autor: Javier de Lorenzo

– Editorial: Netbiblo, Oleiros (La Coruña), 2009

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