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Manuel Pecellín

Libre con Libros

Galerías de la memoria

Como el sabor del trozo demagdalena empapado en la taza de té desencadenaba en el protagonista de ‘Por el camino de Swann’ cataratas de evocaciones (Proust será varias veces citado por Tomás Pavón), una añosa fotografía constituirá el factor que impulse los recuerdos donde se fundamenta ‘El desván de la memoria’ para su rescate del tiempo perdido. Al mirarla, un nostálgico cuarentón, empleado en Londres del Instituto de Cultura Iberoamericana, evocará las circunstancias en que se la hizo y, con ellas, los tiempos felices de su incipiente juventud. Fue unas vacaciones de verano, a principios de los años setenta del siglo XX, viviendo aún el dictador, y pasadas como de costumbre con sus familiares en Alhacel, pueblo de la costa mediterránea, todavía no deteriorada. Los aires del aperturismo sociocultural en música, cine, espectáculos, y costumbres, alentados por turistas cada vez más numerosos, chocaban impetuosa y triunfalmente con las antiguas tradiciones. De todo ello se traerán aquí testimonios vívidos. Alguien lo retrató junto al Tuerto, otro muchacho que también comenzaba a iniciarse en los secretos del amor, la política, la amistad y la simple supervivencia Buen guía, sin duda, para tan vivenciales menesteres, mucho más eficaz que Alberto, el hermano mayor, cuya figura no acaba de perfilarse bien en la novela. Aunque nadie más admirado por el narrador de estas memorias que su abuelo Conrado. Decididamente antifranquista, anticlerical ‘comme il faut’, amante del lenguaje poético, entusiasta de la Generación del 98 y de la Institución Libre de Enseñanza, oyente contumaz de Radio Pirenaica, bonachón y tolerante, tenía un puñado de amigos, compañeros de rebotica, «con los que se reunía en la tertulia para maldecir a Franco y a la Iglesia, y a los que llamaban despectivamente ‘los comunistas’, porque entonces la cosa era siempre así: o estabas con Franco y asistía a misa todos los domingos, o eras comunista. Y no había vuelta de hoja» (pág. 82). El padre, a su vez, aparecerá siempre como el contrapunto reaccionario, con el que no deja de chocar y por el que se sabe incomprendido. Tomás Pavón conoce bien los ambientes que describe y lo hace con soltura. Recursos sobrados tiene. Si el año 1979 se alzaba con el Primer Premio de Poesía ‘Residencia,’ concurso de tantas evocaciones, durante los ochenta colaboró en radios, periódicos fanzines de moda. Más tarde, será columnista del HOY en distintas etapas, recogiendo parte de sus artículos en la obra ‘Fin de milenio’. Ha obtenido dos de las becas que concede la Junta de Extremadura para la Creación Literaria. Con la primera publicó ‘El Cuaderno de Corto Maltés’ y fruto de la novela que presentamos, concebida como una metáfora del Sur, si no lo es de toda una España histórica.

Tres son sus campos de referencia, aunque de distinta importancia: las evocaciones de la citada época, punto nuclear del relato; la comparación que ineludiblemente provocan con las vivencias actuales del narrador-protagonista (queda confusa la historia de Betty, posible engarce entre los dos tiempos) y los múltiples pasajes (más de los oportunos, a mi parecer) que se dedican a reflexionar o hacerse preguntas sobre temas como la memoria misma y su engañoso funcionamiento, la enseñanza, las relaciones paterno-filiales, la religión, la democracia, etc. Algunos personajes secundarios, prototipos posible de determinados grupos, no carecen de interés: el Lejía, antiguo legionario; el Capote, ex novillero; el Escolta, un falso ciego, o el Faquir, el más culto del chiringuito , casualmente nacido en Extremadura.

NOVELA:

– Título: El desván de la memoria

– Autor: Tomás Pavón

– Editorial: Del Oeste Ediciones. Badajoz, 2009

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