Pedro Cátedra, maestro de bibiofilia y de tantas cosas, deslumbró a los participantes en las Jornadas sobre Humanismo (Real Academia de Extremadura, diciembre 2009) exponiendo las actividades realizadas por el Instituto Biblioteca Hispánica, que él dirige en San Millán de la Cogolla. Entre otras publicaciones procedentes de tan prestigio centro, todas magníficamente impresas, trajo una que aún rezumaba tinta: ‘Las Triacas, de Marcelo de Lebrija’. El autor de tan admirable reedición apenas se dejaba reconocer entre los asistentes al simposio, tan ilusionados con los conferenciantes como ateridos bajo los muros del Palacio de Lorenzana. A Pedro Martín Baños, director del Instituto Carolina Coronado de Almendralejo, se debe esta recuperación bibliográfica, que él ha sabido enriquecer con los estudios preliminares y las notas adjuntas.
Compuestas en Brozas por D. Marcelo, comendador de la Orden de Alcántara e hijo del gran Antonio de Lebrija o Nebrija, «las Triacas no han terminado de desligarse del todo de la mitología bibliográfica extremeña», anota con humor el Dr. Martín (pág. 11). Razones no faltaron, aunque alguna tradicionalmente esgrimida haya de rechazarse. En efecto, queda demostrado que la «princeps» no se compuso en ningún taller de Guadalupe o Mérida, según especulase G.J. Gallardo y el propio Rodríguez-Moñino (no sin reticencias): se imprimió en la imprenta que dos hermanos del fraile alcantarino mantenían en Granada (1542).
Pero él se había formado junto a su famoso padre dentro de la Academia de sabios renacentistas que (lamentablemente, aún no bien estudiada) Zúñíga y Pimentel, el último Gran Maestre de Alcántara, mantuvo entre Zalamea y Villanueva de la Serena, con incursiones por toda Extremadura. Aquí se afincó y formó desde muy joven Marcelo, nacido en Salamanca, hasta su muerte en Brozas (1543), tras una vida más próxima a la cultura que a las armas. Tampoco en otros asuntos constituye un paradigma este hombre. Los votos de castidad y pobreza, obligatorios entonces para los freyles guerreros, eran más fácilmente emitidos que guardados: Marcelo tuvo varios hijos (entre ellos un conquistador, Antonio de Nebrija), para los que se esforzaba por conseguir y asegurar hacienda, incluso en pleitos con la propia Orden militar). Eso no impide que se aficionase a componer y aun versificar remedios contra los males del espíritu.
Que no otra cosa es una «triaca». Término hoy en desuso, fue muy usual en la farmacopea clásica y, por traslación, en la literatura didáctica «La triaca o teriaca (del árabe tiryaq y del latín theriaca) era un preparado polifármaco compuesto por varios ingredientes distintos (en ocasiones más de 70) de origen vegetal, mineral o animal, incluyendo opio y en ocasiones carne de víbora. Se usó desde el siglo III a. C., originalmente como antídoto contra venenos, incluyendo los derivados de mordeduras de animales, y posteriormente se utilizó también como medicamento contra numerosas enfermedades, siendo considerado una panacea universal», ilustra Wikipedia.
Hasta tres propuso Marcelo de Nebrija, recogidas como obra única: La Triaca del alma, una alegoría de las siete virtudes y cuyo posible origen dramático ha hecho que se la incluye en el género teatral, aunque es irrepresentable; la Triaca de amor, donde se advierte contra la pasión amorosa y los pecados de lujuria (de forma didáctica, sí, pero con pasajes que hacen recordar las ironías del Libro de buen amor) y la Triaca de tristes, con sus remedios contra la desesperanza. Escritas alternativamente en coplas de arte menor y mayor, las más usuales hasta que se impuso la métrica italiana, no demuestran una gran inspiración lírica, pero siguen leyéndose con interés. Y, aunque manteniéndose siempre dentro de la ortodoxia, el poeta no oculta en ocasiones alguna proximidad a las tesis erasmistas (sátiras contra la hipocresía religiosa, críticas a la oración vocal, «monachatus non es pietas», censura de las supersticiones), según expone el editor en el capítulo correspondiente. Tantos centenares de estrofas más bien vulgares no impiden localizar pequeños dijes, por ejemplo aquella en que, por reprender la gula, ofrece todo un recetario para guisar los cabritos. Vale la pena perseguir tales platos, sobre todo si los sirve camarero un tan culto como Pedro Martín.
EL LIBRO
Las Triacas de Marcelo de Lebrija
AUTOR: Pedro Martín Baños
EDITA: Instituto Biblioteca Hispánica del CiLengua, 2009. Serie Mayor