Pertenece el autor a una familia en la que no faltan los escritores. Conozco obras de al menos de tres de sus hermanos (María Dolores, Valeriano y Ricardo Cabezas de Herrera) . A ellos ha querido sumarse Ramón, que dirige en Madrid una clínica oftalmológica.Y lo ha hecho con una novela de carácter autobiográfico, cuyas páginas se nutren con sus vivencias en aquel Madrid convulso de 1964.Hasta allí se fue desde su pueblo (Campanario, 1946), encontrándose una Universidad enfebrecida por las protestas que fomentaban los estudiantes más comprometidos, entre los cuales pronto se alineará el joven extremeño, pronto decepcionado. El despertador no es un trabajo de historia, aunque puede enseñar mucho sobre aquel Madrid del tardofranquismo. Desde el punto de vista literario, su peso lo soporta el personaje principal, que narra en primera persona sus aventuras durante aquel curso 1964-65, esfumado entre huelgas, por virtud del movimiento estudiantil… y de la propia dejadez de los profesores, aquí casi todos vapuleados. Ahora bien, al novelista primerizo se le ocurre un recurso de experto, que le permite enriquecer la narración: se inventa un “alter ego”, doble del protagonista, a quien interpela una y otra, como abogado del diablo, forzándole a graciosas explicaciones, de carácter metalingüístico casi todas. Es como si la conciencia de autor, encarnándose en una imaginativa esquizofrenia, forzase al novelista a depurar permanentemente el discurso merced a diálogos no carentes de humor.
El joven extremeño ( hay muchas apelaciones a usos, expresiones, refranes “de mi tierra”) se educó en un internado, junto a otros colegas que también han llegado a la capital de España para hacer Medicina (excepto alguno).Con ellos se verá continuamente a lo largo de aquel curso. Ramón reside en un Colegio Mayor,mixto, donde la rígida “campana” frailuna es sustituida por el absoluto “libre albedrío”. El relato de las novatadas, en las que el recién llegado asume pronto papel principal, alterna con el descubrimiento del Madrid aún bajo los imperativos de la dictadura franquista y el “nacionalcatolicismo”, ambos ya en evidente decadencia. La Universidad ejerce como “despertador” del estudiante. Idéntico papel se le asigna a Arcadio, otro futuro galeno, tan comprometido en las luchas universitarias como en el trabajo social por las necesidades del Pozo del Tío Raimundo, territorio del Padre Llanos hacia donde también conduce al extremeño. Éste recuerda a menudo su viejo reloj despertador , capaz de poner en pie a media vecindad.
Pronto conoce las artimañas que para sobrevivir y divertirse, eran usuales entre los universitarios sin recursos : repartidor de correos; venta de la sangre ; la “claque”, con el compromiso de aplaudir a los teatreros cuando el jefe de butacas lo indique; la compraventa de huesos o las visitas interesadas a patronas generosas, como la madre de la bella Laura (lástima que la joven termine prostituyéndose). Merced a las dotes narrativas y el desenfado de la madura mujer se introducen en el texto los pasajes de mayor voltaje literario, con ecos del Decamerón o del Quijote.
Pero este narrador omnisciente, que a veces se sobrepasa en décallages imprevisibles, alejándose a épocas muy posteriores, se ocupa sobre todo en referirnos la mecánica de las huelgas, asamblea y manifestaciones universitarias, cargando la pluma o el microchip contra la policía franquista, los “grises” y “secretas”, de los que no escapará, aunque a la postre salga mejor parado que otros muchos detenidos. Tal vez fue por las influencias del “funcionario”, misterioso personaje que aparece como en difumine, tan bien relacionado con la extrema derecha y los jerarcas franquistas.
Este Ramón enamoradizo, buen estudiante, generoso y lúcido, juerguista y rebelde, fiel a sus laísmos de infancia (supongo que se deslizan tan abundantes como rasgo de estilo), ingenuo también, es la memoria, más o menos cumplida, recuperada ahora por virtud de la literatura, de aquellos que soñamos con cambiar el mundo sin desatender aulas y bibliotecas. Por eso “ El Despertador” nos despierta tantas emociones y resulta tan difícil de dejar una vez se abre.
Ramón Cabezas de Herrera, El Despertador. Ávila, 2010.