El supuesto sepulcro del Apóstol Santiago, con los diferentes caminos conducentes hasta la ciudad a la que da nombre, es una de las grandes referencias de la cultura española e incluso europea. A nadie se le oculta que la fe obra por encima demostraciones racionales o argumentos empíricos. Como se sabe, frente a la leyenda de que la impresionante basílica románica se erigió sobre el lugar donde yacían los restos del discípulo de Cristo, existe otra bien diferente. Según ésta, quienes allí recibieron sepultura fueron Prisciliano y dos de sus más convencidos seguidores. En la misma se ha inspirado Perozo, fecundo novelista extremeño que escribe indistintamente su nombre con grafía castellana o gallega, para componer esta atractiva narración corta.
Prisciliano fue un heresiarca gallego del siglo IV, cuyas tesis reformadoras llegaron a tener no poca difusión, con documentadas repercusiones en la Mérida de la época. La Jerarquía eclesiástica, ya poderosa, consiguió que lo ejecutasen a finales del s. IV en Tréveris (ciudad donde vería la luz Karl Marx casi quince siglos después). Los discípulos del ajusticiado se habrían hecho con su cadáver, conduciéndolo hasta Galicia, donde lo enterraron y convertirían el lugar en centro de culto. Habilidosamente, la Iglesia Católica habría conseguido sustituir una leyenda por otra, dando origen a tan formidable centro de peregrinación. Ya Martín Lutero había expresado sus dudas sobre Compostela y Miguel de Unamuno aludió a la posibilidad de que la historia de Prisciliano estuviese solapada con la leyenda del apóstol Santiago, cuya cabeza mandó cortar Herodes. (La leyenda de Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo el pescador y hermano de San Juan Evangelista, nació el siglo VIII. Un eremita habría visto luces extrañas en un bosque de Iria Flavia, a la vez que escuchaban cánticos ángeles. El obispo Teodorico visitó entonces el lugar y encontró una vieja lápida con restos humanos y los atribuyó al apóstol y a dos de sus discípulos).
Como han hecho otros escritores ( recuérdese el Prisciliano de Compostela, de Ramón Chao, Barcelona, Seix Barral , 199) X. A. Perozo (Llerena, 1951), afincado desde hace tiempo en Galicia, tierra que conoce a la perfección, recoge esta apasionante dualidad. Lo hace con la misma empatía que exhibe al novelar los tristes sucesos de Puerto Hurraco, la entrada en Extremadura de la columna de Castejón o la biografía de Zurbarán. Protagonista de su último relato es un viejo canónigo, ya en las horas últimas. Decide entonces contarle al sobrino calavera un pecado de juventud que en su juventud . Desde luego, no pueden faltar el ama fiel del clérigo y la rezongante sobrina, Fue aquel quien , impulsado por el obispo de turno, hizo destruir las lápidas primitivas, con ayuda de un humilde picapedrero (algo así había adelantado ya Sánchez Dragó). A golpes de martillo desaparecerían para siempre las pruebas epigráficas del gran engaño.
Perozo, cuyas dotes de narrador son indudables, pasea al lector por la Universidad, iglesias, bares, garitos y callejuelas de un Santiago más o menos tópico, que él describe con cuidada prosa, capaz no pocas veces de traernos la memoria del gran Valle. Las imprecisiones deslizadas a la hora de designar los objetos litúrgicos demuestran que este territorio no es su fuerte. Constituyen sólo un pequeño lugar del gracioso relato, que se publicada con atinadas ilustraciones, según costumbre del autor.
-Perozo, Xosé Antonio, Última noticia de Prisciliano. Santiago de Compostela, AUGA Editora, 2010