Según un fenómeno bien conocido, los creadores más capaces han logrado muchas veces romper el imperio de la censura de turno, eludiendo directrices oficiales, silencios ominosos o limitaciones múltiples merced al lenguaje indirecto, la metáfora y las alegorías. Tiranos, inquisidores, genocidas y caudillos se verán impotentes para reprimir tantas obras que les desagradaban y cuyo éxito radicó en las críticas allí sutilmente dispersas, imposibles de atajar ni siquiera por los máximos dictadores.
Ana Blandiana nació (1942) en Timisoara, la ciudad que iba a hacerse famosa por los levantamientos populares (1989) contra el régimen, entre trágico y ridículo, de Ceaucescu y su temible policía secreta (Securitate). Hoy es una de las escritoras rumanas más célebres, con medio centenar de obras publicadas y traducida a una larga veintena de idiomas. En todas ellas (ensayos, novelas, poesías, narraciones cortas) “recurre a la convención de lo fantástico para denunciar, de manera encubierta, la dimensión grotesca de la existencia en un estado totalitario. Nuestra autora explora la capacidad subversiva de lo fantástico y revitaliza mediante esta estrategia literaria la tradición de la literatura rumana”, expone la cotraductora Viorica Patea en el excelente epílogo (pág. 207).
Blandiana conoce como pocos de qué escribe. Su padre, comandante durante la Segunda Guerra Mundial, se hizo después sacerdote ortodoxo y profesor, muy crítico frente a la dictadura comunista, lo que le supuso varios años de cárcel. Ella va a sufrir una vigilancia policial continua, viendo prohibidos muchos de sus escritos. No obstante, consigue publicar (1977) obras como Las cuatro estaciones, seguramente por el carácter mismo de estos relatos alegóricos, donde la “polisemia, la concentración, la paradoja, la ambigüedad, las connotaciones y el juego de las sugerencias latentes” (Patea, p. 206-208) tal vez despistaron al censor.
El título remite inevitablemente a Vivaldi, el gran violinista sobre el que se anuncian dos próximas películas, músico tan libre como inclasificable (alguien lo ha llamado “el cura rojo”, por el color de su pelo y su espíritu crítico), sin olvidar las magníficas cuatro Sonatas de nuestro Valle-Inclán, pluma iconoclasta donde las haya habido. Es otro acierto de Periférica (que ya publicó , 2008. de Blandiana Proyectos de pasado) reeditar este magnífico conjunto de relatos, todos los cuales presentan notas comunes bien perceptibles.
Los abre “La capilla con mariposas” (el invierno), tal vez el de mayor poso fantástico. Compuesto de forma autobiográfica, la autora lo sitúa en un territorio onírico, donde lo imaginario (el reino de las libertades) se contrapone al mundo supuestamente real, el de la lógica y las leyes materialistas, repleto sin embargo de contradicciones innúmeras, éticas y estéticas. La denuncia de la situación rumana, si bien bajo los ropajes del discurso sugerido, prosigue en “Queridos espantapájaros” (la primavera). También impregnado de auras líricas, Blandiana lo sembrará de símbolos fácilmente traducibles (comitivas fúnebres, cabezas de niños, iglesias y cementerios), por no decir el propio artefacto del título, imagen ridícula del represor insensible. “La ciudad derretida” (el verano) no puede significar sino el inevitable hundimiento – según habría de producirse pronto – de una sociedad (un cementerio colectivo, se dice, pág. 134) fundada en la mentira y la opresión. Se anuncia un cataclismo tan maravilloso como repugnante (pág. 138), representado por la cría de delfín que aparece muerto en la playa. Lo concluye “Recuerdos de infancia” (el otoño), donde se nos ofrece como asunto central una inconfundible quema de libros a las afueras de Bucarest, mezclando, nuevamente, el perfume de los viejos tomos con el hedor de las hojas ardidas.
Unamuno , otro rebelde, escribió alguna vez sobre “la cochina lógica”. Blandiana sabe que “la fantasía, aprovechando la fatiga de la lógica, habrá podido completar apresuradamente estas lagunas con manchas de colores capaces de cambiar el aspecto de todos los acontecimientos… Lo fantástico no se opone a lo real, es sólo su representación más plena de significados” (pág. 55). Así lo demuestran estas narraciones.
Ana Blandiana, Las cuatro estaciones. Cáceres, Periférica, 2011.