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Manuel Pecellín

Libre con Libros

UN OBISPO EXTREMEÑO

Todo el mundo sabe que entre los grandes nombres del descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo figuran, con sus luces y sombras, buen número de extremeños. Personalidades como las de Cortés, Pizarro, Valdivia, Orellana, Soto, Ovando, Almagro, Balboa … ocupan páginas relevantes en la historia de la América poscolombina. Pero entre los muchos miles emigrados allende la mar oceana desde nuestra región para buscarse una nueva vida quedan otros sin cuya enérgica contribución hubiera sido imposible conocer, repoblar , reorganizar (también en parte destruir) aquellos inmensos territorios. Entre aquellos hombres y mujeres de la gleba, religiosos, militares, fijosdalgos, juristas y trabajadores de cualquier oficio , de los que apenas se conoce más que los nombres, edad aproximada y lugar de origen (en otros caso, ni eso), los hubo que bien merecen la pluma de un biógrafo.
Julio Carmona Cerrato se la prestó a García Martínez Cabezas, dombenitense como él, reconstruyendo en lo que le ha sido posible, tras tozudas investigaciones, la vida de de este ilustre clérigo. Lo hace con la sabiduría que le conceden sus numerosos estudios sobre el tema (La aldea de Don Benito a mediados del siglo XVI, La aldea de Don Llorente y sus vínculos con Don Benito, La lucha por el poder municipal en el Condado de Medellín, Alonso y Pero Martín de Don Benito) , generosamente aprovechados aquí. Eso le permite contextualizar de forma incluso desbordante el discurrir del biografiado por los diferentes lugares que hubo de recorrer.
Nacido a finales del XVI junto al Guadiana, García Martínez demostraría en dos expedientes de limpieza de sangre (para entrar en el colegio Maese Rodrigo de Sevilla y, más tarde, ingresar en la Inquisición) que en su familia de hacendados labradores no había raíces judías ni moriscas. Entre sus miembros no faltan monjas, curas y servidores del Santo Oficio. En aquel Don Benito, de marcado carácter agrícola, que Carmona recrea con cuidada prosa, recibe una buena formación básica. La completará en las aulas salmantinas, donde cursa cánones desde los 17 a los 22 años. La Universidad de Sevilla lo ve pulir su formación, a la vez que ejerce docencia en varias de sus cátedras. Cumplidos los 29, decide embarcarse, a la sombra de Gonzalo de Ocampo, rumbo a Lima. García Martínez permanecerá en Perú hasta el final de su agitada existencia, seis lustros después, dedicándose a funciones varias del ministerio eclesiástico (a veces mal deslindadas de lo civil). La muerte le impedirá tomar posesión de la sede de Cartagena de Indias, para la que fue preconizado obispo por indudables méritos.
Los ganó merced al buen desempeño de tareas no siempre fáciles, en las que a veces puso más celo y hasta coraje de los oportunos para un juez metropolitano. No resultaba fácil afrontar cuestiones como el conflicto entre los jesuitas del Paraguay y la sede episcopal, con el trasfondo de las famosas reducciones; las falsedades del testamento del capitán Andrés Cintero o el extraordinario fraude de las monedas del Potosí, capaz de conmover todas las economías europeas de la época, con Francisco Gómez de la Rocha como principal culpable. Nos lo narra el autor con lujo de detalles, refiriéndose también a otros personajes extremeños secundarios, pero no sin interés, como Alonso Cabezas de Herrera, rico minero, o Juan González de Peñafiel (de Miajadas), fiscal de la Sala del Crimen. Casi inevitable es que aparezca en estas páginas Diego de Arce y Reinoso, natural de Zalamea de la Serena e Inquisidor general.
Lleva la obra un lucido prólogo de Guillermo Fernández Vara, ex presidente de Extremadura.

Julio Carmona Cerrato, El dombenitense García Martínez Cabezas, notable prelado en el Nuevo Mundo. Badajoz, CEXECI, 2011

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