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Manuel Pecellín

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EL VUELO DEL ÁGUILA

Según sus declaraciones, el autor (Zalamea de la Serena, 1937) lleva medio siglo trabajando en el tema que ahora culmina con La obra de Juan. I Parte. El Evangelio del testimonio. Al terminar los estudios de Teología, Benito Acosta sumó a las labores pastorales, que sigue desempeñando con generosa entrega a los más débiles y desfavorecidos (su casa es la de los pobres, emigrantes, parados y marginales de una barriada malagueña), otras dedicaciones siempre relcionadas cona la creación estética. Atraído por la música, el dibujo y la poesía (tiene una larga veintena de poemarios éditos), nunca cejó en el cultivo de las Sagradas Escrituras a partir de las lenguas originales. (Conoce bien el hebreo y muy bien el griego). Aunque, como es lógico, ha estudiado con atención las obras de los grandes hermeneutas bíblicos (tuvo entrañable amistad con el maestro José María González Ruiz) y las instrucciones del magisterio eclesiástico, sin asustarle la heterodoxia, se esfuerza por mantener sus propias líneas de análisis, sostenidas con tanta humildad como convencimiento. Equidistante entre los académicos puros y los pietistas legos, busca sobre todo acercar comprensivamente la Palabra al pueblo con el que comparte la fe.
Así compuso y publicó los comentarios a los tres Evangelios Sinópticos, a los que sigue este volumen de casi seiscientas páginas, que dedica al de San Juan. “Me he permitido disentir de grandes maestros en no pocos puntos – escribe en los preliminares – y, a partir de aquí, yo no puedo ser juez de mis propias posiciones, ni ser mi defensor si alguien me tildare de impertinente o atrevido en una obra que, obviamente, no entra dentro del comentario de escuela, sino que pretende caber en el término menos pretencioso del ensayo” (pág. 14).
El autor concibe el cuarto evangelio como obra escrita por un equipo de colaboradores, bajo la dirección de Juan, que tradicionalmente recibe la autoría. Alguien del grupo compuso los numerosos poemas que, como himnos enraizados con la prosa de otros, dan origen al libro inspirado sobre la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret, un texto de no fácil lectura por su lenguaje simbólico, próximo tantas veces a la gnosis clásica y la literatura hermética usuales en los ambientes judíos de la época (comienzos de la segunda mitad del siglo I d.C.). Acosta, que gusta del espíritu libre, propone su versión y las claves interpretativas de esta compleja obra, más semejante a un poemario místico que al relato histórico. La “buena nueva” presentada genialmente como un mensaje mistérico que no por eso carece de color y vida. Aquí “sale por todas partes el semita que se complace en paralelismos y antítesis. Presenta sus misterios en un estilo circular, que vuelve sobre sí mismo para avanzar algo más, como un oleaje… Presenta su Logos para hacerse comprender por los movimientos espirituales que se cuecen dentro y fuera del Judaísmo” (pág. 20).
Aunque destinada en origen a las Comunidades iniciáticas, la obra sigue interesando a cualquier lector interesado en conocer las raíces de la cultural europea. La pluma del “Águila de Patmos” mantiene su capacidad de seducción. Un amplio apéndice final recoge, ordenadas alfabéticamente, con la oportuna traducción, el millar de voces griegas que los autores utilizaron para la escritura del libro. Pasajes como el bellísimo con que se abre, el poema del Logos, requerían vocablos de alta especialización teológica.

Benito Acosta García-Quintana, La obra de Juan. I Parte. El Evangelio del Testimonio. Sevilla, Editorial Círculo Rojo, 2011.

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