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Manuel Pecellín

Libre con Libros

ALMAS ATORMENTADAS

F. Nietzsche, siempre provocador, sostuvo que Dostoievski era el único psicólogo del que se podía aprender algo. Por su parte, S. Freud no ocultaba la admiración por el escritor ruso, a quien rindió homenaje en su obra Dostoievski y el parricidio. En efecto, el creador de personajes como Raskolnikov o los hermanos Karamazov pasa por ser uno de los escritores más capaces de diseccionar los entresijos del alma humana, con reconocida predilección por los espíritus atormentados. Las desgracias de su azarosa biografía debieron de ayudarle para comprender como pocos las humanas debilidades, las contradicciones y sufrimientos, los sueños frustrados, el orgullo herido y la permanente insatisfacción de cuantos no consiguen combinar adecuadamente el “principio de placer” con el “principio de realidad”.
No extraña que la protagonista de esta novela de Rodríguez Criado (Cáceres, 1967) tome al ruso como el destinatario de las cartas que le escribe durante el bienio final de su al parecer serena, pero tormentosa vida, aunque Laura Bauer, antigua profesora de Matemáticas de una Universidad romana, música y lectora voraz, es consciente de que sus misivas nunca van a tener contestación. Si las redacta, dirigiéndolas al autor con la que tan identificada se reconoce, es por ver de aclararse a sí misma y, quizás, obtener de la pluma el perdón que nunca supo concederse. Ya con ochenta años sobre sus débiles hombros, atendida de lejos por amigos, familiares y, sobre todo, su médico de cabecera, un judío milagrosamente escapado de Auschwitz, irá refiriéndole al inaccesible Dostoievski los puntos álgidos de su vida, desde la infancia a los momentos últimos que sabe le restan a orillas del Tíber. Le va explicando también pequeñas anécdotas cotidianas; impresiones de lecturas (casi siempre de novelistas rusos) y breves encuentros con personas afines. Alguna vez le falla la memoria, como cuando pretende colocarnos un Volkswagen (el coche de Hitler) en los años veinte del pasado siglo.
Este recurso al género epistolar produce un texto mucho más ágil que la típica narración autobiográfica, real o fingida, facilitando mantener el hilo conductor a través de las espaciadas entregas, que por cierto ganan en intensidad e incluso extensión según avanza la obra. Hábilmente construida, con excelente prosa, los lectores tardan en conocer las claves de la desazón que ha corroído a esta mujer, sensible y nada egoísta, de madre española y padre alemán: su admirado progenitor fue un espía nazi, avocado al suicidio tras la caída del régimen hitleriano. Ella misma tardó en descubrir la complicidad de aquel guapo y atento periodista con el holocausto. Desde entonces, no ha podido vivir en paz, mordida por la culpa ante crímenes horrendos de los que, sin haberlos cometido, se siente también responsable. Tal vez por eso, próximo ya el desenlace final, decide constituir en su heredero al doctor judío, con quien nunca supo mantener una relación serena. A éste se le atribuye la redacción de la última carta, también dirigida, claro, a Dostoievski.
Si escribir es un acto de supervivencia, también ayuda no poco a sobrellevar las horas encontrarse y poder saborear libros como éste.

Francisco Rodríguez Criado, Mi querido Dostoievski. Madrid, Ediciones de la Discreta, 2012.

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