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Manuel Pecellín

Libre con Libros

Natural de Cáceres (1976), donde ejerce la docencia, licenciado Inglés y autor de otros tres poemarios (Donde gravita el hombre, 2008; Catálogo de deudores, 2009, y Quince días de fuego, accésit del Adonais 2010), Lourteau ofrece en La mirada del cóndor su particular “bestiario”. Según una constante de la literaruta en todas las lenguas y épocas, el escritor percibe en cada animal sentimientos y situaciones perfectamente transferibles a la especie humana. Cada poema está dedicado al ave, reptil , mamífero o incluso insecto que por algún motivo atrae la atención del poeta. “Al cabo compartirmos/las sombras y el sigilo,/el agua y las cenizas/la soledad y el miedo/un lenguaje común de viento y de tristeza” con todos ellos. Con versos libres que más de una vez nos recuerdan la voz de Ramírez Lozano (véase, v.c., el poema “Gárgola”, título de una obra del de Nogales), aunque Lourtau los prefiere de arte mayor, evoca que los elefantes lloran a sus muertos como hermanos; las hienas enseñan la resignación ante los despojos; el lenguaje silencioso de las panteras; la hermosura invisible de lo efímero mecida por la libélula; la búsqueda de la eternidad en el canto de los grillos; el milagro de la vida ante la tozudez del escarabajo el arrojo de las hormigas, capaces de apostrofar al mismo Dios
Sólo se pecisa la mirada del cóndor para percibir hasta qué punto hombres y animales (también plantas, minerales y árboles) formamos parte de un mismo Todo, según Seattle, el lúcido Jefe Indio, trataba de enseñar a todo un presidente de USA. La obra se publica en la colección “Luna Poniente”, que con tan buen tino dirigen Elías Moro y Marino González Montero.

Mario Lourtau, La mirada del cóndor. Mérida, De la luna libros, 2012

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