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Manuel Pecellín

Libre con Libros

SOLDADOS DE FILIPINAS

Novelista y dramaturgo, nacido en San Sebastián (1972) y residente en Miajadas desde su niñez, él mismo se presenta así: “Busco y no
encuentro la fórmula para intentar decir qué soy a la hora de aparecer en la solapa de un libro. Con cuarenta años, ya me va doliendo seguir siendo aprendiz de todo y maestro de nada, aunque eso sea lo que más
se aproxime a mi quehacer de los últimos veinte años. Quizá el decirme “teatrero” sea la única manera de decirme. Escribo, dirijo e interpreto teatro según alguien me lo pida con la esperanza de seguir llegando a fin de mes. Mi sueño es seguir haciendo lo mismo, pero sabiendo que voy a poder llegar a fin de año, Eso es todo”.
La obra se estructura en siete escenas y un epílogo. Su protagonista es un personaje histórico, de quien poseemos curioso diario, el teniente Saturnino Martín Cerezo (Miajadas, 1855- Madrid, 1945). Se le
estima como el héroe de la resistencia frente a los tagalos katipuneros en la iglesia de Baler (Filipinas). Entre sus muros semiderruidos, donde a duras penas resisten un puñado de españoles,
se desarrolla el drama. Este no puede iniciarse de modo más tremendo:
el hambre , la sed, las enfermedades y miserias inducen a la locura de los resistentes, tanto como para que un “kastila” llegue a confundir con su novia e intentar hacerle el amor a la Virgen del altar. A duras pena lo impide Saturnino, ante las cínicas advertencias
de un soldado muerto y, no obstante, lúcido y locuaz, contrapunto del héroe . Como hace esfuerzos miles por mantener la maltrecha moral de su disminuida tropa. El honor es el lema por el que se rige el oficial. Y son ya once los meses de asedio. No es raro que los
treinta españoles supervivientes, en realidad prisioneros para entonces de los filipinos, se disputen el cadáver de una rata. Cuanto más aumentan las necesidades, más crece la prestancia y orgullo del teniente, capaz pese a todo, no sin momentos extraordinariamente
tensos, de imponer órdenes casi incomprensibles para los famélicos guripas. Por ejemplo, no salir a por el búfalo que se allegó a la iglesia y mataron, Todo antes que rendirse o mostrar flaquezas ante el enemigo. Aunque para ello haya que cerrar los ojos a los hechos, como
lo que dicen los periódicos que los insurrectos les lanzan y donde se
describe la venta de Filipinas que Madrid hiciera a USA . Igual hacen los caciques en mi tierra, compara el cabo Jesús García, el único vivo que se atreve a sostener la mirada de su superior. Éste se convencerá al fin de que todo está acabado. Sabe también que pronto olvidarán su desesperada lucha. Hay que salir, vencidos, pero “los
últimos de Filipinas” lo harán con la cabeza erguida, Y, pese a todo, ¡viva España”!, concluye el texto.
Si, según el autor advierte en nota preliminar, la obra de teatro se escribe para ser representada, no para su lectura, ésta permite calibrar sus posibilidades escénicas. Las de Veinte millones de dólares parecen indudables. Pese a tratarse de un asunto familiar en
nuestro cine, historia y literatura (recordemos entre nosotros La
campaña de Filipinas, de Felipe Trigo, testigo de la insurrección tagala, o ‘Las filipinianas’, de Inma Chacón).

Fulgencio Valares Garrote, Veinte millones de dólares. Mérida, ERE, 2012

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