Juan de Mal Lara (Sevilla, 1525 c.- 1571) es otro de los no bien conocidos escritores en los que tanto abunda el Renacimiento hispano. Entre las muchas obras que dio a luz este coetáneo de Arias Montano, perdidas casi todas, sobresale la publicada en la capital del Betis –la ciudad española con mayor dinamismo de la época – el año 1568, con el curioso título de “La Philosophia vulgar”. Aquel volumen, anunciado como la primera parte de una obra que nunca se completó, contenía nada menos que mil refranes, con las correspondientes glosas o explicaciones, no pocas muy extensas, de cada uno. El interés del autor por ellos estribaba en que, según el inquieto andaluz, españolísimo, misógino y antisemita confeso, estas fórmulas expresivas, de fácil recordación, constituyen el fruto de la sabiduría popular, un saber excelente, equiparable a los mejores productos de la filosofía clásica.
Sin embargo, eran sólo la décima parte de la enorme cosecha reunida por Mal Lara desde que, estudiante en la universidad salmantina, se aficionase al mundo de la paremiología sin duda incitado por su maestro, el Comendador Hernán Núñez, quien había dado a imprenta el libro Romances o proverbios en romance. Con sus glosas…, que el sevillano seguirá muy cerca. Adagios, dictados tópicos, proverbios, expresiones populares, citas grecolatinas, refranes estrictamente dichos constituyen un patrimonio de incalculable valor, pese a la humildad con que se presentan, sostuvo Mal Lara.
Ahora bien, la gran figura que admiran todos los atraídos por ellos fue Erasmo de Rotterdam, el gran teórico de esta modalidad literaria. La presencia del humanista holandés es bien perceptible en las páginas del andaluz, lo que ha bastado para distinguirle como uno de los seguidores españoles del flamenco. Así ha venido haciéndose, sobre todo tras los estudios de Marcel Bataillon y Américo Castro.
Lo niegan rotundamente los responsables de esta nueva edición, Inoria Pepe Sarno y José-María Reyes Cano, orgullosos de haber dado la primera realmente crítica, depurada y completa tras la princeps. Según ellos, Mal Lara fue solo un erasmista metodológico, pues indudablemente siguió el tratamiento que a los refranes daba el de Rotterdam, pero en modo alguno se adscribe a las tesis reformadoras del mismo, sino más bien a la Contrarreforma proyectada por Trento. Como rechazan (Bernal Rodríguez, 1982, y otros) a quienes insisten en los problemas de Mal Lara con la Inquisición española. Su admiración hacia procesados como Constantino de la Fuente, así como la denuncia de los vicios clericales, los abusos de los poderosos, la escasez económica de los humildes, la inútil frivolidad de los nobles ante la hambruna del pueblo (“vergüenza grande de señores que crían grandes exércitos de galgos, podencos, sabuesos, açores, girifaltes, rocines caçadores, bestias de mil maneras, pág. 527), la crueldad de la fiesta de toros, etc., aparecen a menudo en estas glosas. De no atribuirlo a la influencia de Erasmo, habría que apelar – y aquí no se hace- al peso de los teólogos españoles pretidentinos empeñados en una reforma de la Iglesia católica antes de la ruptura luterana.
Por lo demás, la labor de Inoria Pepe y José-María Sarno, sostenida durante un lustro infatigable, es digna del máximo aprecio. Baste recordar las casi cinco mil notas a pie de página que han puesto al volumen, junto con los índices añadidos. Facilitan así la localización de las fuentes, aclarar la multitud de referencias, entender en suma un texto tan rico como el de Mal Lara. Pese a todo, se deslizan algunos lapsus, erratas o errores, tales como confundir “dechados” por “dictados“ (pág, 50), “acerbo” con “acervo” (pág. 58), “estraer” por “extraer” (pág. 99), “cuañada” por “acuñada” (pág. 171) y otros similares, inducidos tal vez por el trato con la ortografía original del texto. Son lunares mínimo que no empecen la importancia de una obra interesantísima desde el punto de vista literario, lingüístico, histórico, filosófico y etnográfico.
Juan de Mal Lara, La Philophia vulgar. Madrid, Cátedra, 2013.