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Manuel Pecellín

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VOCES AIRADAS

Airadas fueron haciéndose, antes o después, las voces que conformaron la Generación del 27, orgullo de las letras castellanas. Si uno de los rasgos que caracterizaron, al menos en los orígenes, tan brillante pléyade fue el culto por la “poesía pura”, los escritores que la conforman fueron abriéndose a la realidad circundante hasta el punto de recoger en su versos el drama sociopolítico del país. Aquellos brillantes defensores del arte por el arte, el non serviam, la escritura deshumanizada que decía Ortega, terminarán heridos por las catástrofes de todo género que arrumbarán pronto las ilusiones populares nacidas con el régimen republicano, radicalmente barrido tras al sublevación de los militares.
Es la tesis sostenida y bien argumentada por el profesor Cano Ballesta (Rincón de Beniscornia, Murcia, 1932), uno de los grandes expertos en literatura española contemporánea. Reconocido hispanista, que ha hecho su carrera en las mejores universidades norteamericanas (Yale, Boston, Pittsburhg y Virginia, entre otras), se fundamenta en sólidos textos, a veces de muy reciente localización, para documentar sus afirmaciones.
Abre el libro un lúcido preliminar, significativamente titulado “La politización de las letras”. Contra los estudios que aún insisten en presentar la del 27 como una generación esteticista, apolítica, interesada sólo ante las creaciones de carácter lúdico e intrascendente, jovial e incluso frívola, cultivadora de un “arte nuevo” para élites y cuyo objetivo máximo es la búsqueda de la belleza, Cano insiste en resaltar “la otra cara “, mostrando hasta qué punto llegarían a impregnarse de “ser y tiempo” aquellos formidables poetas.
Quizás haya sido Moreno Villa, sostiene el estudioso, quien ha creado una obra lírica más condicionada por la tragedia del 36, las angustias de la derrota y el largo destierro que hubo de sufrir. Libros suyos como Caramba (1931), Puentes que no acaban (1933), Salón sin muros (1936), los “romances de guerra” o La música que llevaba (1949), aquí analizados, no dejan lugar a dudas.
Más sosegado, al parecer atento sólo a las invenciones mecánicas, (“el resoplido de una máquina contiene más belleza que la batalla de Samotracia en el Partenón”, epataba su admirado Marinetti), Pedro Salinas irá impregnándose de angustia según percibe el peligro de la política de “no intervención” de las democracias occidentales o el triunfo de Franco. Contra éste y sus generales escribirá sonetos indignados. Su pluma crece en indignación cuando percibe los estragos de las bombas atómicas .
El mismo Jorge Guillén, paradigma de la poesía pura y ahistórica, al que se le reprochaban silencios injustificables y mínima sensibilidad social, iría aproximándose a la estética machadiana hasta convertirse, ya desde USA, en “el gran poeta de la guerra fría”, conmocionado por Vietnam, la discriminación de los negros y el discurrir de la dictadura franquista.
Quien nunca dio lugar a sospechas fue Emilio Prados, tal vez y más pronto y profundamente comprometido de los de su generación. Modelo de inquietud social y alineamiento con la clase obrera, figura con Alberti (se reproduce el incendiario “Romance de los campesinos de Zorita”, escrito por el gaditano) entre los que antes abandonaran el marfil de corte ultraísta por el barro de la lucha proletaria. Si se adscribe temprano al surrealismo, fue por concebir que dicho movimiento suponía en verdad una revolución, y no sólo de tipo estético. Obras suyas como Calendario incompleto del pan y del pescado (1933) , Llanto de octubre (1934), La voz cautiva (1933-34) se impregnan de compromiso político, línea que se agudizará durante la contienda y el exilio.
“La voz lírica de Federico García Lorca no sólo sabe adoptar en ciertos momentos un tono de solidaridad con los más necesitados y plantearse profundos problemas humanos, sociales y políticos, sino que también se vuelve a veces ronca y airada y se expresa en un lenguaje irracional y en una sintaxis insólita”, escribe el ensayista al comenzar su apunte “El lirismo y la rebelión” sobre el genial granadino (pág. 95, desarrollándolo después cumplidamente.
Aunque Aleixandre decide no incluir en sus Obras Completas algunos poemas que compuso en la guerra civil, publicados estaban, por ejemplo “El fusilado”. Y en su inolvidable Sombra del Paraíso (1944) fácil resulta percibir, junto al canto de júbilo ante la naturaleza pura, la protesta por un presente imperfecto e injusto.
Como produjo auténtica conmoción el mismo año Dámaso Alonso con Hijos de la ira, grito clamoroso en aquel Madrid repleto de cadáveres.
La angustia desgarrada de Desolación de la quimera y otros trabajos de Cernuda son un lugar común, melancólico y tierno tantas veces, quizás nunca perdida su juvenil adhesión al surrealismo revolucionario.
¿Y qué decir de Luis Buñuel, airado fogonero de la subversión total, azuzando sin respiro a sus amistades, en especial a Dalí y Lorca?
Cierra la obra un apéndice sobre la influencia del cubismo en Manual de espumas, al vez el poemario con mayor carga vanguardista de Gerardo Diego, revisión de otro trabajo que ya publicase el autor (1997).

Juan Cano Ballesta, Voces airadas. La otra cara de la Generación del 27. Madrid, Cátedra, 2013.

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