A la muerte de Isabel la Católica ( noviembre 1504), el aún casi neófito -apenas contaba con dos decenios de existencia – pero ya muy temido Tribunal de la Inquisición poseía un poder extraordinario frente a la vida y hacienda de los españoles. Baste recordar, según se hace en este libro, el caso de Córdoba: allí ardieron (diciembre de 1504 ) 107 infelices, por instigación de Diego Rodríguez Lucero, con apoyo del dominico Diego de Deza, Inquisidor general, y del propio rey Fernando, cuyo interés por servirse del Santo Oficio a nadie se le oculta.
Como nadie podía estar seguro de que no sería procesado ante tan duros jueces por los motivos más insospechables. Lo sufrió Antonio de Nebrija, a quien acusarán curiosamente de ¡“gramático”! (otra de las puyas que los inquisidores lanzarán años después contra El Brocense). En su propia defensa, el autor de la primera Gramática española, escrita se dice en Zalamea, donde el catedrático andaluz estaba al servicio del último maestre de Alcántara, Zúñiga y Pimentel, en cuyo palacio descansaron los Reyes Católicos durante quince en la Semana Santa de 1502. Allí se compuso esta Antología del Gramático Antonio de Nebrija con ciertos pasajes de la Sagradas Escrituras expuestos no a la manera corriente. Si tan apasionante opúsculo vio la luz, en latín (Logroño, c. 1507) se debe a la voluntad del cardenal Cisneros, amigo y admirador de Nebrija, sustituto del Deza al frente de aquel Tribunal.
Los lectores contemporáneos tenemos ahora la fortuna de conocer tan significativo texto según la reedición aparecida en la impagable “Biblioteca Montaniana”, que dirige el catedrático extremeño José Luis Gómez Canseco. Se publica bilingüe, bajo los auspicios de dos especialistas: Baldomero Macías Rosendo, a quien se debe la versión al castellano (fue Premio Nacional de Traducción 2007 por la que hiciera, junto con F. Navarro, del Libro de José o el lenguaje arcano, obra de Arias Montano ) y Pedro Martín Baños, autor del estudio preliminar.
Se trata de un trabajo introductorio absolutamente recomendable por su lucidez, valentía y, sobre todo, abrumadora documentación, que, según acostumbra, él mismo ha localizado en la bibliografía al uso y en investigaciones archivísticas de primera mano. Discípulo del gran Pedro Cátedra y profesor en el IES Carolina Coronado de Almendralejo, Pedro Martín ha venido a ser bien pronto un maestro más que respetable, capacitado para iluminar los puntos más oscuros; rellenar lagunas; contextualizar un libro o hacer matizaciones críticas a consagrados investigadores (aquí, a todo un Marcel Bataillon).
Conducidos por él, resulta más fácil deducir qué buscaban en este caso los inquisidores: atemorizar a Nebrija, induciéndolo a no proseguir sus estudios filológicos para devolver a los textos bíblicos la limpieza perdida tras tantos siglos de copias equívocas, cuando no de interesadas interpolaciones; en el caso del Antiguo Testamento, nada mejor que la ayuda de los rabinos para recomponer “la verdad hebraica”, proclamaba el sabio andaluz (de cuyo posible origen judeoconverso no hay pruebas ). La Inquisición quiso dejar dicha tarea a los teólogos, si bien, argumentaba Nebrija, casi ninguno sabe hebreo; pocos, griegos y casi todos usan un latín deficiente. Para colmo, están quemándose antiguos e imprescindibles códices.
Por lo demás, el sabio andaluz se declara dispuesto “ a borrar con lengua” cuanto ha escrito si se le demostrase incurso en herejía. Pero defiende con orgullo tanto su su libertad, como la importancia de los estudios gramaticales para la oportuna hermenéutica de cualquier escritura, con argumentos que adelantan lo que el siglo XX consagrará como “filosofía del lenguaje”. “Soy catedrático de gramática en la Universidad de Salamanca con facultad para debatir, disertar, discernir y juzgar acerca de los asuntos concernientes a mi profesión”, concluye la Antología. Muy cara habría de pagarse esta encendida defensa de la libertad de cátedra.
Antonio de Nebrija, Apología. Huelva, Universidad, 2015