Seguramente, ninguna otra comarca extremeña, y pocas más en la Piel de Toro, tienen rasgos identificadores tan definidos como Las Hurdes, Jurdes, as Hurdes o Hurdes, sin artículo ni aspiración fonética, según se la denomina. Con un territorio bien definido, usos y costumbres seculares, población que se autorreconoce en tanto miembros de una colectividad con rasgos propios, marcada por singular historia, no del todo conocida, el país hurdano y sus gentes han sufrido una auténtica “leyenda negra”, en cuyas antípodas parece hoy situada: de infierno a paraíso. Luis Buñuel, que con sus denostados fotogramas tanto contribuiría a difundir la degradante imagen de una “tierra sin pan”, debiera tener hoy otro documentalista homólogo que pasase un film contenidos como el de la webmancomunidadhurdes.org/index:
“Al norte de Extremadura, ya al límite de Salamanca, donde la provincia cacereña deja que su lisa meseta arrugue su frente y convierta la tierra en abruptas montañas, encontramos la comarca de Las Hurdes. Bañada por 5 ríos que dan nombre a sus valles, crean un magnífico ecosistema de hondonadas de espesa vegetación, combinación de pinos, antiguas madroñeras centenarias, castaños y olivos, que ejercen durante años de economía a sus habitantes. Y un monte bajo compuesto de brezo, romero, jara y cantueso del cual obtener productos apícolas de excelente calidad como la miel y el polen.
Éstos, junto con los que producen los huertos que visten las riberas de sus ríos, las pequeñas praderas que alimentan sus rebaños de cabras, y la abundante caza tanto mayor como menor existente en la zona, proporcionan los ingredientes necesarios para que la imaginación haga el efecto oportuno en la creación de una original y exquisita gastronomía. El cúmulo de una orografía montañosa y una constante presencia de agua que riega cada rincón, son los factores que trazan por las faldas de sus sierras, espectaculares meandros y erosionan con los años la negra pizarra con chorros de enérgicas corrientes que arrastran consigo la historia de sus hurdanos. Arquitectura, naturaleza, gastronomía, orografía, cultura y tradición, se funden como una única entidad de identificación de sus gentes. Un conjunto de emociones que este paraíso ofrece a todo aquel que pretende descubrirlo, con tantas variantes como gustos se hizo el hombre. Hacen de esta comarca una tierra ideal donde los sueños se pueden llegar a realizar”.
Fernando R. de la Flor, catedrático en la Universidad de Salamanca, que ya se aproximase a las Hurdes con otro libro (De las Batuecas a las Hurdes. Fragmentos de una historia mítica de Extremadura. Mérida, ERE, 1989 y 1999), vuelve a la misma por encargo de la Fundación Ortega Muñoz. Su nueva obra aparece en la colección “Territorios escritos”, que atinadamente coordina Antonio Franco, director del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC). Objetivo primordial de la misma es que autores de conocida relevancia pongan por escrito sus experiencias sobre determinados lugares de Extremadura, a los que vienen invitados por algún tiempo. En dicha serie han aparecido obras tan importantes como El último lobo, del húngaro László Krasznahorkai o El reino de la fortuna, de alemán Peter Sloterdijk, texto sugestivamente implementado por Isidoro Reguera, catedrático de Filosofía en la UBEX, con su ensayo sobre Extremadura.
No desmerece de las mismas la del profesor salmantino. Lo primero que la distingue es su abrumadora documentación. En un apéndice de medio centenar de páginas se pasa revista a cuanto se ha escrito sobre las Hurdes. Una bibliografía tan abundante, testimonio de la atracción que viene ejerciendo desde épocas antiguas, sólo puede explicarse porque esta tierra es un auténtica “metáfora de España”, a saber, supone para la patria hispana lo que nuestro país para Europa: el territorio más pobre, occidental, al margen del progreso técnico, hambriento, atrasado, caciquil, periférico, “africano”, pero también el más puro, virgen, sin ruidos, incontaminado, el más propicio para soledades creativas, para el desarrollo del espíritu. Sin duda, la voz más escuchada es la de Maurice Legendre en su demoledor Viaje a las Hurdes. Tal vez se eche en falta el uso de fuentes “emic” (compuestas por los propios habitantes), digamos publicaciones periódicas como As-Hurdes.
En segundo lugar, llama la atención el lenguaje en que la obra está escrita, que realmente facilita poco su lectura, forzándola a convertirse en pieza para antropólogos.
Por otra parte, De la Flor analiza pormenorizadamente el proceso creativo de Buñuel en su famoso documental hurdano y añade datos como la fascinación por aquellas tierras que experimentase el equipo del cineasta aragonés y él mismo, que lo tenía tono dispuesto para comprarse una finca en Las Batuecas.
Por último, resaltaré la apuesta del ensayista a favor de un prometedor futuro para Hurdes, ese rincón con un nombre cuya etimología continúa misteriosa: “casa de piedra”, “río Jordán”, “cerdo” (así lo pretendió Sabino Arana, remitiéndose al vascuence, en un artículo que aquí no se cita), etc. etc. Nos hubiese encontrado leer cuáles son los factores determinantes que han roto la tradición maldita de aquel terruño, así como los que pueden ser definitivos para confirmar el brillante futuro que se le augura.
Fernando de la Flor, Las Hurdes, el texto del mundo. Badajoz, Fundación Ortega Muñoz, 2015.