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Manuel Pecellín

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RITOS DE PASO

 

La historia de los pueblos (sus instituciones, usos y costumbres, ideas o creencias, modelos de producción y distribución, regímenes de vida, etc.) conocen a menudo cambios radicales, transiciones lentas o vertiginosas que dan origen a etapas o periodos históricos nuevos. Otro tanto ocurre con las personas individuales, según gusta a los antropólogos mostrar en los “ritos de paso”. Genotipo y fenotipo vuelven a sostener posible comparación.

Es lo que hace Vicente Valero (Ibiza, 1963) en Las Transiciones, recién editada por Periférica. La editorial cacereña, que ahora cumple dos lustros desde su creación, ya había publicado otros dos títulos del prestigioso escritor ibicenco: Los extraños (2014) y El arte de la fuga (2015), libro de relatos con el que obtuvo general reconocimiento. Anuncia también la próxima edición del ensayo biográfico Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-33, que Valero dedicase el año 2001 al infeliz filósofo alemán, cuya parcial correspondencia recogería en Cartas de la época de Ibiza (2008).

Entre las muchas transiciones que los españoles contemporáneos hemos podido gozar o padecer, no sin haber llamado la atención en el mundo entero, sobresale la que el país hubo de experimentar entre la muerte de Franco y la sustitución de su larga dictadura por una democracia homóloga a la de las naciones occidentales. Si dicho tránsito encuentra hoy no pocos críticos, desde actitudes conservadoras o revolucionarias, fue sin duda un éxito político, para cuyo logro hubo que renunciar, desde la derecha y la izquierda, a tesis obstinadamente defendidas durante varias generaciones. (“Y sin que nadie nos pidiese ni perdón”, solía matizar mi querido Ricardo Sosa).

Valero propone en la novela una re-visión de ese proceso, de la forma en que lo pudo encarnar, en un territorio inundado ya por el turismo, la gente de la calle, de distintas edades, sexo y condición, desde sesudos empresarios a inquietos adolescentes. Para componer ese cuadro sociológico, adopta un recurso literario siempre eficaz: el narrador, niño de escuela al morir Franco, evoca las vicisitudes existenciales sustentadas por sus compañeros de aula y la de los familiares, novietas, profesores y amigos que los cuidaban. Acaba de fallecer, segado por la droga y el alcohol, el más rebelde de todos. A su funeral acuden los viejos conocidos y, según los saluda (o no) en la misma iglesia o tras las ineludibles libaciones posteriores, acuden a la memoria cómo eran entonces; de qué modo participaron (o no) en los procesos de cambio y qué ha venido a ser cada uno hasta el día de hoy. Protagonistas sobresalientes son el finado y su entrañable abuelo, D. Alfonso, de quien se narran dos curiosos encuentros con Franco (antes y después de la guerra civil); las consecuencias de los mismos y su furiosa reacción al escuchar por TV la muerte del general.

Con todo, el mayor interés de esta novela corta (116 páginas) es sin duda su atractivo literario. La prosa de Valero, que escribe casi sin solución de continuidad, marcando en cursivas, dentro del discurso, los mínimos diálogos y reduciendo los puntos a la conclusión de cada capítulo (cinco), resulta cristalina, musical, sin apenas decaimientos (tal vez la repetición de algunos términos próximos). Se puede sostenerde esta obra lo que dijese Santiago Aizarna en el Diario Vasco a propósito de  El arte de la fuga: “La escritura de Valero rezuma sabiduría, sensibilidad y encanto y admira por su virtuosismo en el lenguaje”.

Vicente Valero, Transiciones. Cáceres, Periférica, 2016.

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