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Manuel Pecellín

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CIRO BLUME, DETECTIVE

CIRO  BAYO, DETECTIVE

 

Al detective Ciro Blume, metido ya en los sesenta, se le agudizan defectos y virtudes con el paso del tiempo, como a cualquier persona. Aunque nacido en Nueva York, apenas guarda memoria de la infancia junto a Brooklyn, acaso la melancolía de un perdido paraíso. Reside en Madrid, esforzándose por mantener sus aficiones gracias a los encargos que ocasionalmente le surgen a un investigador de refinadas costumbres. Gastrónomo empedernido, habitual en Lhardy, cafés, licorerías y clubs nocturnos, degusta con fruición los mejores platos, el whisky más añejo o los puros de mayor calidad. Incluso se hace atender por un mayordomo, excarcelario de lenguaje tan rudo como buen cocinero.

Para sostener tan alto tren de vida, el expolicía no puede permitirse demasiados escrúpulos. Lector empedernido, continúa fiel a Faulkner y Hemingway (“el escritor más sobrevalorado de la literatura moderna”, pág. 127), aunque no desdeñe a ningún grande dentro de la novela negra. Tan amante de la “filosofía de tocador”, como de la “gramática parda”,  egotista absoluto,ha ido creciendo en posturas cínicas según aumenta su desconfianza ante el hombre contemporáneo (más aún si se trata de la clase política). Respecto a las mujeres, asume que se le considere paradigma del machismo nacional, tratando de conseguir los favores de las bellezas con las que se cruza, numerosas en esta bajada a los infiernos existentes en las entrañas mismas de lugares tan específicos como el propio Museo del Prado.

Así nos vuelve a presentar Antonio Civantos (Trujillo, 1949) al personaje que crease hace lustros y al que ha ido puliendo en sucesivas entregas. Obras como Ciro Blume, detective privado, La luz afilada de los diamantes, El asesino de Venecia o Yo, Hemingway , por recordar sólo algunos títulos del cacereño, que durante lustros ejerció como crítico gastronómico para la revista Claire, encuentran continuidad en esta novela policíaca donde lucen sus muchos conocimientos y habilidades narrativas.

Cierta mujer, tan hermosa como inteligente, encarga a Blume la búsqueda del marido que acaba de desaparecer sin dejar rastros, pese a que vive rodeado de cámaras y medidas de máxima seguridad. Tampoco se descubren motivos para la fuga voluntaria o la posible eliminación del sujeto, si bien las investigaciones (en ocasiones, con método brutales) de Ciro pondrán en evidencia que ninguno de los posibles protagonistas es tan inocente como en principio se juzga. Es lo típico del género: ir enredando  cada vez más la madeja hasta que algún  hilo suelto facilite al agudo sabueso  la solución de la urdimbre, sorprendiendo seguramente a los lectores. El novelista compone la trama sin ahorrar recursos. Digamos que por sus páginas discurren desde catedráticos de la Carlos III, periodistas, políticos o directores de la gran Pinacoteca española, hasta narcotraficantes, hampones y prostitutas de alto standing, todos relacionados con el hecho que se investiga. Incluso se guarda algún otro as, un exabrupto conductivo que lógicamente no desvelaré, aunque a la postre poco influye en la solución final.

Blume, tozudo reaccionario frente a las nuevas tecnologías (no tiene móvil, ni sabe cómo funcionan los ordenadores), irá relatando en primera personas las vicisitudes donde se ve inmerso sólo por la pasta, si bien no carece de un sentido del honor sui generis. Le gustan también los juegos de palabras, la ironía, el cine y la música, a todos los cuales apela con generosidad para componer su atractivo discurso. A Civantos, que tanta simpatía muestra con el personaje, cabe exigirle más atención a la hora de “reproducirlo” (por ejemplo, poner en cursivas los títulos de obras, películas o composiciones citadas; eliminar loísmos e impedir algunos error es gramaticales, como la confusión ocasional entre conjunciones causales e interrogativas).

 

Antonio Civantos, Baja conmigo al infierno. Barcelona, Avant Editorial, 2016

 

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