En dos ocasiones ha sido llevada al cine esta impactante novela, que un año antes de morir su autora fue distinguida con Premio Viareggio (1937). Luigi De Marchi dirigió la primera película (1953), a la que puso el título Condannata senza colpa. Vittorio Cottafavi respetó después (1981) el de la obra publicada por Paola Drigo (Castelfranco 1876- Padova, 1938), un texto de enorme fuerza.
Según los historiadores de la literatura italiana, la novelista, hija de un partidario de Garibaldi, se distingue por su estilo realista; capacidad para describir los ambientes sociales; la agudeza en el análisis psicológico de sus personajes, casi siempre mujeres de humilde condición, maltratadas –evidentemente sin culpa- por el destino, y la descripciones del paisaje, que ella bien conocía.
Así ocurre con María Zef, enmarcada a final del siglo XIX en la comarca montañosa de Friuli, junto al Véneto, cuyas condiciones socioeconómicas y culturales de la época nos recuerdan las vividas por entonces en Las Hurdes. El protagonismo del relato lo soporta una joven quinceañera, tan valerosa como lúcida (pese a su analfabetismo), junto al hermano de su padre emigrado y fallecido en América. Entre los dos se originan unas relaciones muy especiales, que terminarán según nos acostumbran a leer los trágicos griegos.
Como la “madre coraje” de Bertolt Brecht, la de Mariutine (nombre de la protagonista en el dialecto del Friuli, muy utilizado aquí, para castigo de las diligentes traductoras, Paula Caballero Sánchez y Carmen Torres García), exhausta por el hambre y enferma de sífilis, abandona cada años su mísera cabaña y desciende a los valles para vender los sencillos productos labrados por los pastores montañeses (cazos, cuencos, cucharas, cucharones, etc.). Los transporta en un carro del que tira la recia Mariutine, sorprendentemente hábil también para el cante, la danza y el trato con los clientes. Arriba aguarda el tío (tal vez, algo más) Barbe , tan capaz de las mayores grandezas, como de la conducta más vil, sobre todo si el vino o la “grappa” (el aguardiente de esta versión) se cruzan por medio. Caro lo pagará, de quien menos lo esperaba. Ni la anciana “veora”, también hundida en el silencioso de los bosques, lo pudo prever. Por su parte, Rosùte, la muy querida hermana pequeña, aporta dosis de ternura al desnudo relato y acabará teniendo, pese a su inocencia, papel básico en el fatal desenlace.
En aquella comarca deprimida de la Italia decimonónica, donde el hambre y las carencias no impiden las conductas solidarias, incluso la fiesta (magníficas evocaciones del Carnaval), las mujeres tenían todas las de perder. Contra ese fatal destino se rebelará la lúcida Mariutine, decidida a que no vuelvan a repetirse en la hermana menor las humillaciones sufridas por la madre y ella misma. Aunque para ello tenga que manchar con sangre sus jóvenes e inocentes manos.
La obra sobresale por introducirnos en las entretelas de aquel mundo agroganadero, donde la mujer, ominosamente oprimida, sobrevive por su fuerza de espíritu y capacidad de perdón. Hasta que juzga sobrepasados todos los límites y opta por tomar ella misma la venganza que tal vez la redima, impidiendo la reproducción de las circunstancias vergonzosas. Difícil se hace abandonar la lectura sin llegar al término de un discurso tan vívido como bien elaborado.
Paola Drigo, María Zef. Cáceres, Periférica, 2016
CONDENADA SIN CULPA
En dos ocasiones ha sido llevada al cine esta impactante novela, que un año antes de morir su autora fue distinguida con Premio Viareggio (1937). Luigi De Marchi dirigió la primera película (1953), a la que puso el título Condannata senza colpa. Vittorio Cottafavi respetó después (1981) el de la obra publicada por Paola Drigo (Castelfranco 1876- Padova, 1938), un texto de enorme fuerza.
Según los historiadores de la literatura italiana, la novelista, hija de un partidario de Garibaldi, se distingue por su estilo realista; capacidad para describir los ambientes sociales; la agudeza en el análisis psicológico de sus personajes, casi siempre mujeres de humilde condición, maltratadas –evidentemente sin culpa- por el destino, y la descripciones del paisaje, que ella bien conocía.
Así ocurre con María Zef, enmarcada a final del siglo XIX en la comarca montañosa de Friuli, junto al Véneto, cuyas condiciones socioeconómicas y culturales de la época nos recuerdan las vividas por entonces en Las Hurdes. El protagonismo del relato lo soporta una joven quinceañera, tan valerosa como lúcida (pese a su analfabetismo), junto al hermano de su padre emigrado y fallecido en América. Entre los dos se originan unas relaciones muy especiales, que terminarán según nos acostumbran a leer los trágicos griegos.
Como la “madre coraje” de Bertolt Brecht, la de Mariutine (nombre de la protagonista en el dialecto del Friuli, muy utilizado aquí, para castigo de las diligentes traductoras, Paula Caballero Sánchez y Carmen Torres García), exhausta por el hambre y enferma de sífilis, abandona cada años su mísera cabaña y desciende a los valles para vender los sencillos productos labrados por los pastores montañeses (cazos, cuencos, cucharas, cucharones, etc.). Los transporta en un carro del que tira la recia Mariutine, sorprendentemente hábil también para el cante, la danza y el trato con los clientes. Arriba aguarda el tío (tal vez, algo más) Barbe , tan capaz de las mayores grandezas, como de la conducta más vil, sobre todo si el vino o la “grappa” (el aguardiente de esta versión) se cruzan por medio. Caro lo pagará, de quien menos lo esperaba. Ni la anciana “veora”, también hundida en el silencioso de los bosques, lo pudo prever. Por su parte, Rosùte, la muy querida hermana pequeña, aporta dosis de ternura al desnudo relato y acabará teniendo, pese a su inocencia, papel básico en el fatal desenlace.
En aquella comarca deprimida de la Italia decimonónica, donde el hambre y las carencias no impiden las conductas solidarias, incluso la fiesta (magníficas evocaciones del Carnaval), las mujeres tenían todas las de perder. Contra ese fatal destino se rebelará la lúcida Mariutine, decidida a que no vuelvan a repetirse en la hermana menor las humillaciones sufridas por la madre y ella misma. Aunque para ello tenga que manchar con sangre sus jóvenes e inocentes manos.
La obra sobresale por introducirnos en las entretelas de aquel mundo agroganadero, donde la mujer, ominosamente oprimida, sobrevive por su fuerza de espíritu y capacidad de perdón. Hasta que juzga sobrepasados todos los límites y opta por tomar ella misma la venganza que tal vez la redima, impidiendo la reproducción de las circunstancias vergonzosas. Difícil se hace abandonar la lectura sin llegar al término de un discurso tan vívido como bien elaborado.
Paola Drigo, María Zef. Cáceres, Periférica, 2016