J.R. Jiménez incluyó en Piedra y cielo uno de los poemas más lacónicos, citados y quizás peor comprendidos de la literatura española contemporánea, en el que se perciben ecos de la Oda 38 de Horacio:
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!
El onubense, como el clásico latino demandaba así la desnudez radical del verso (no el silencio de la crítica, que él ejerció a menudo de modo implacable). Comentando el famoso dístico, nuestro Nobel aclararía que formulaba su proposición «después de haber tocado el poema hasta la rosa».
A Eduardo Moga (Barcelona, 1962) se le da como a nadie “la disección de la rosa” (crítica, en griego, tiene ese significado), ejercicio al que viene dedicándose desde hace lustros con singular maestría, metiéndose en los más variados jardines. Así lo demuestra este volumen con casi medio millar de páginas, prologado por Aurelio Major, una antología de hasta 60 disecciones que el autor fue desperdigando en numerosos medios, sobre papel u on line. La obra recoge sobre todo reseñas, pero también estudios, prólogos, notas de lecturas y ensayos antes aparecidos en Letras Libres, Revista de Libros, El Cuaderno, Kafka, Siete de Siete, Crítica, Nayagua, Quimera, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, El Ciervo, Turia, Ínsula, etc.
Para tan prestigiosos medios ha escrito Moga en torno a buena parte de lo que en España fue publicándose durante el decenio último. Su antología constituye una auténtica historia de literatura contemporánea. Y lo es de calidad, por la excelente preparación del crítico y su acertado método.
Moga, licenciado en Derecho y Doctor en Filología, es un creador reconocido: premio Adonais 1995 con La luz oída, suyos son los poemarios Ángel mortal, El barro en la mirada, Unánime fuego, El corazón, la nada, La montaña hendida, las horas y los labios, Soliloquio para dos, Los haikús del tren, Cuerpo sin mí, Seis sextinas soeces, Bajo la piel, los días, El desierto verde, Insumisión, Décimas de fiebre y El corazón de la nada. Antología poética (1994-2014). Ha traducido al castellano a R. Llull, Faulkner, Rimbaud, Whitman, Bukowsky o R. Aldington, entre otros autores por los que confiesa sentir admiración.Tiene también dos tomos con ensayos, De asuntos literarios (2004) y Lecturas nómadas (2007) y editó varias antologías poéticas, entre ellas una dedicada a la poesía contemporánea en catalán (2014), Medio siglo de oro. Hoy dirige hoy la Editora Regional de Extremadura.
Aunque dotado de un notable sentido para el humor irónico, las críticas de Moga rara vez hieren la piel de nadie. Quizá porque, según recuerda el prologuista, sigue la sabia recomendación de Auden: “La única actitud sensata para un crítico es guardar silencio sobre las obras que juzga malas, al tiempo que promueve con vigor aquellas que juzga buenas”. Con esa directriz, en estas páginas los elogios se sobreponen a las censuras (no faltan). Por lo demás, a Moga le ocupan de cada escritor las dos cuestiones fundamentales: qué dice en la obra analizada (temas, asuntos, motivos, sugerencias e incluso silencios) y cómo lo dice (recursos estilísticos utilizados).
Sin descuidar las reediciones actualizadas, a ser posible con buenos estudios preliminares, de autores ya desaparecidos, Moga se interesa por quienes hoy siguen en la palestra literaria, a veces incluso casi recién llegadas a la misma. Entre aquellos, le ocupan nombres como los de María Zambrano, Julio Camba, García Lorca, Pío Baroja, Álvaro Cunqueiro, José Hierro, Vázquez Montalbán, Valente, Blas de Otero, José Agustín Goytisolo o César González Ruano, a quien dedica dos corrosivos artículos, espléndidos ambos (con inevitables repeticiones).
Antonio Gamoneda, Pablo García Baena, Caballero Bonald, Pere Ginferrer (a título doble), Juan Carlos Mestre, Jordi Doce, Javier Lostalé, Fernando Aramburu , Miguel Casado, Antonio Colina, Juan Antonio Masoliver, José Miguel Ullán, Jorge Rodríguez Padrón o Félix de Azúa son algunos de los poetas neosurrealistas, neobarrocos, simbolista, metafísicos, épicos, místicos y agitadores políticos aquí considerados. Entre los extremeños que interesaron a Moga (no se olvide que su mujer es cacereña), figuran Álex Chico, Julio César Galán, José Antonio Llera, Mario Martín Gijón, Javier Pérez Walias, Basilio Sánchez y Álvaro Valverde.
En sus autopsias florales, al crítico le gustan de modo confeso quienes se atreven a desarticular el lenguaje (a tenor con el desbarajuste que la sociedad posmoderna exhibe); las rupturas de la palabra; las luxaciones fonéticas, gramaticales o sintácticas, con las implicaciones semánticas que inducen; la intertextualidad o la fusión de géneros y modelos artísticos. Mejor si cuantos se atreven a experimentar tales usos innovadores, aciertan a combinarlos con las grandes tradiciones clásicas: la atinada simbiosis de bodega y azotea, según metáfora feliz de Gerardo Diego.
Moga exhibe precisión de cirujano, derroche de recursos técnicos y prosa magnífica a la hora de componer sus análisis. En pocas ocasiones se aprende y disfruta tanto como con las lecturas aquí propuestas. Pronto aparecerá otra entrega sobre escritores Hispanoamericanos, propiciador como es del diálogo entre poetas de ambos continentes.
Eduardo Moga, La disección de la rosa. Mérida, ERE, 2015.