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Manuel Pecellín

Libre con Libros

BARTOLOMÉ GIL Santa Cruz

 

La R. Academia de Extremadura abría solemnemente la inauguración del actual curso  (Cáceres, 4 octubre 2018) otorgando a D. Bartolomé Gil  un diploma de reconocimiento como gratitud por los favores que de  dicha persona ha recibido. Asumió la laudatio del hoy ilustre extremeño D. Feliciano Correa Gamero, quien pone prólogo a esta segunda edición, corregida y aumentada, de la biografía publicada hace dos lustros con significativo titular: El hambre y la fe. El camino de una vida. Alguien  nacido en familia con máximas necesidades (Santa Marta, 1935), el albañil que no pudo ir a la escuela y sólo aprendió a leer ya adulto, tras superar dificultades increíbles para sobrevivir y mantener a los suyos, llegaría a labrarse un sólida posición económica a fuerza de trabajo, ingenio y osadía. Aquel hijo de un humilde barbero destrozado por los avatares de la guerra civil, nunca olvidará sus orígenes. Entre otras virtudes, ha mantenido un admirable espíritu solidario, que le convertirá durante decenios en el “Mecenas de Extremadura” por antonomasia. Ni le sujetarán los límites regionales, que las generosas “bartoladas” se pueden percibir también en instituciones de apoyo a la infancia desamparada de países como Perú, Santo Domingo o Bolivia.

Fue precisamente Santiago Brun (n. Badajoz, 1945), coordinador de la ong ADASEC, desde donde se desarrollan proyectos de ayuda a los más desfavorecidos, quien convenció a Bartolomé Gil para que trazase sus memorias. Consciente de que no lo pondría por escrito, se las hizo contar delante de una grabadora. A esos materiales lingüísticos le dio forma literaria José Luis Blanco Fernández (n. Plasencia 1945), hombre polifacético (arqueólogo, funcionario internacional, informático, ensayista), que justamente luce como autor de la obra. Ha tenido el acierto de respetar el tono autobiográfico, redactándola en primera persona. Aunque se percibe (a veces, en exceso) la reelaboración del discurso original, no le resta frescura, sobre todo en los pasajes donde, para enfatizar la pureza prístina, las declaraciones o diálogos se imprimen en cursivas.

He vuelto a leer, casi de un tirón, estas entrañables memorias, conmovido por la calidad humana del protagonista. Pero no se trata sólo de innegable etopeya (“descripción del carácter, las acciones y las costumbres de una persona”), sino retrato sociológico de las épocas históricas que le tocó vivir. Dos resultan aquí especialmente interesantes: los años cuarenta y los setenta del pasado siglo, marcados los primeros por las dificultades de la autarquía posbélica y caracterizados los otros por la explosión de un desarrollismo a ultranzas. Aquel rapaz, de resistencia extraordinaria, siempre famélico, sobrevive malamente merced al rebusco, las trampas o el robo de bellotas, habas, espárragos y aceitunas entre Feria, Santa Marta, Cortegana y el mismo Badajoz. Hasta que, apenas alcanzada la pubertad, decide meterse de polizón en un tren y largarse a Madrid, sin apoyo de nadie. Quien pudo convertirse en cualquier joven marginal, incluso peligroso, merced al formidable tesón y las dosis de atrevido ingenio que lo distinguen, irá transformándose en apreciado alarife y, bien pronto, notable constructor, especialista en restaurar antiguos monumentos. Después creará todo un abanico de empresas, Sin duda, como bien resaltan tantas páginas, su esposa, otra extremeña humilde, con la que lleva unido más de sesenta años, ha desempeñado un papel inconmensurable en la vida Bartolomé Gil.

Mil anécdotas adornan el relato, algunas próximas al mejor surrealismo, tales las maquinaciones para “chorizar” y traerse un tranvía hasta Santa Marta, donde tanto lucharía por poner un polígono industrial que frenase la diáspora. O la relación de un viaje a Rusia antes de la “perestroika”.  Y no faltan graciosas inexactitudes, como la de atribuir (pág. 260 a “Jaime Naranjo”, no a Eduardo, la autoría del volumen de grabados Poeta en Nueva York, maravilloso homenaje a García Lorca, del que hoy figura un ejemplar en la biblioteca universitaria de Albuquerque (USA), hasta donde lo llevó nuestro mecenas.

Lo hizo con la misma generosidad que lo indujo a apoyar ediciones (la Historia de la Baja Extremadura, entre otras muchas); excavaciones arqueológicas (v.c., Cancho Roano); rehabilitaciones (v.c. Rocamador); asociaciones sociopolíticas (Hogar Extremeño de Madrid, AREX); periódicos o revistas y tantos otros proyectos que han ido llamando a sus puertas. Porque, según ha dicho a menudo, “del dinero que se gana, una parte pertenece a los demás”.

 

José Luis Blanco Fernández, El hambre y la fe. El camino de una vida. Relato biográfico de la vida de Bartolomé Gil Santacruz. Badajoz, Tenagil, 2018, 2ª

 

 

 

 

 

 

 

 

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