Es Luis Sáez (Cáceres, 1966) uno de los ensayistas extremeños más fecundos y lúcidos. Entre tantos de los suyos, a mí sigue atrayéndome especialmente Animales melancólicos. La invención literaria de la identidad (2001), de clamoroso título , publicado en la ya desaparecida editorial Los libros del Oeste, que Pedro Almoril, Manuel Vicente González y Ángel Campos Pámpano (+) tan inteligentemente comandaban.
Un toque de melancolía impregna también las páginas Descubrimiento del continente negro, aparecido también en otra de esas empresas del libro mantenidas merced al empeño particular de algún iluminado, en este caso Marino González.
El autor propone aquí varias claves para revisar tres décadas del siglo último, las que transcurren entre 1950-1980. Y lo hace según le gusta, deteniéndose en los acontecimientos, personajes, publicaciones o anécdotas más significativas, a cada una de los cuales dedicará el correspondiente capítulo. Sin aparente relación entre sí, las teselas de ese mosaico expresionistas, piezas de un puzzle difícil de componer, van trabándose entre sí hasta configurar un atractivo patchwork históricoliterario, como aquellas “mantas sorianas” que para los fríos invernales con retazos multicolores tejían nuestras abuelas.
Durante el periodo acotado, el peso de la cultura soviética, en la URSS y países satélites, desempeñaba un papel predominante, y no sólo en las previsibles áreas sociopolíticas. A eso alude el primer ensayo, “Siete hermanas”, referido no a las conocidas playas inglesas (las “Seven Sisters” de Sussex), sino a los mazacotes arquitectónicos que, impuestos por Stalin, dominaban los cielos de Moscú (hoy compiten con otros rascacielos).
No faltarán artistas que van por libre, como Georges Remi (Hergé), el dibujante belga inmortalizado gracias a su inefable Tintín, o el escultor portugués F. Vilas Boas, un fenómeno del arte popular, evocados en “Actes Sud”.
Seguramente fueron la música popular y el comic otras de las vías de escape en aquellos decenios. Astor Piazzola, el cantante argentino, autor de creaciones que combinan las protestas sociales con las ingenuidades cuasi surrealistas de El eternauta, o su paisano Germán Oesterheld, guionista de historietas “desaparecido” por los militares. Los recuerda Luis Sáez con enorme respeto en su tercer ensayo.
Le sigue “Kampuchea”, nombre oficial de Camboya bajo la dictadura de Pol Pot y su guerrilla de los jemeres rojos —brazo armado del Partido Comunista de Kampuchea— que gobernaron el país entre 1975 y 1979, tras la guerra civil, recoge Wikipedia. A tan siniestro dirigente, poco podían importarle las octavillas que la joven Teresa escribe y difunde en los recovecos de la Complutense en el Madrid de la transición, sin conseguir interesar a los estudiantes. Tampoco los alemanes de la Baader-Meinhof, ni los italianos de las Brigadas Rojas, aunque con más repercusión social, consiguen sus objetivos. Es quizás el mejor de los ensayos.
El último, que da nombre al libro, apenas alude al interés que por los movimientos revolucionarios de África se experimentaba en la época. Su protagonista es otro de los dictadores más crueles que masacraron a su pueblo, hasta que él mismo (y su mujer) cayeron víctimas de los fusiles: el presidente de la República Socialista de Rumanía, cuyo nombre (N. Ceacescu) se oculta, seguramente como símbolo del desprecio que al narrador le merece.
Concluye Sáez con el epilogo “Una escisión”, donde expone los nexos que ligan sus relatos, atrayente “literatura de escombros” (H. Böll), que abordan sin complejos lo acaecido. Por fortuna, el “Ángel de la Historia” (Benjamin/Klee) puede encontrarse con un ángelus novus en cualquier insospechado rincón, digamos el Oeste extremeño.
Luis Sáez Delgado, Descubrimiento del continente negro. Mérida, De la luna libros, 2020.