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Manuel Pecellín

Libre con Libros

HISTORIADOR FANTÁSTICO

 

Alfonso Pinilla (Montijo, 1976) es profesor titular y director del Departamento de Historia Contemporánea en la UEX. Doctorado por dicha Universidad, estuvo (2009-2011) como investigador en la París X-Nanterre e invitado en la de Artois. Ha ido especializándose en el estudio de las relaciones entre los medios de comunicación y la ciencia histórica, atendiendo preferentemente al periodo de la transición española desde el franquismo a la democracia.

Entre sus obras podemos recordar “Información” y “Deformación” en la prensa. El caso del atentado contra Carreto Blanco (2007); La transición de papel. El atentado contra Carrero Blanco, la legalización del PCE y el 23-F a través de la prensa (2008); El laberinto del 23-F (2010); Ideología e información. La prensa francesa ante la muerte de Franco (2013); La legalización del PCE. La historia no contada, 1974-1977 (2017); Evolución, instituciones y políticas de la Unión Europea (2020); Europa, una historia con futuro (2020); Golpe de timón. España: desde la dimisión de Suárez al 23-F (2020).

Aparte de por el rigor metodológico y expositivo, el autor sorprende por un extraordinario dominio del lenguaje, cuidadoso de la pulcritud e incluso belleza de sus exposiciones. Esa virtud de Alfonso Pinilla, no siempre cuidada en los historiadores, lo ha impulsado a introducirse también en el campo de la creación literaria. Así, con Historia del silencio obtuvo (2012) el premio González-Castell de relatos cortos, que convoca el Ayuntamiento de Montijo. Publicó después dos novelas, El Misterio de Montijo (2018) y El día y la hora (2020), reafirmándose en este género con El día y la hora.

“Estad atentos, porque no sabéis el día ni la hora”, aconsejaba Jesús a sus seguidores, según Mateo, 25, 13, refiriéndose a la parusía (vuelta gloriosa de Cristo al final de los tiempos) o a la muerte que a cada uno nos llevará. Son palabras que sirven de entradilla a la obra, situadas en la segunda significación. ¿Y si se nos diera a conocer de antemano, con exactitud ineludible, el momento de subir a la nave que nunca ha de volver? ¿Qué repercusiones tendría en la conducta de cada cual esa especie de ultimátum? ¿Hasta qué punto resultaría liberador o angustioso, agónico en sentido unamuniano?

Pueden acceder a ese conocimiento fatal los habitantes de Lémeril, aldeíta oculta en la ladera norte de la recóndita sierra de Límerel, donde se desarrollarán los acontecimientos. Son topónimos inventados (aunque en la literatura fantástica, a la que pertenece el libro, existe Lameril Ridge, una montaña del planeta Adumar, sito al borde del Espacio Salvaje, ocupado por los hombres en el 9.988 ABY).  Allí se localizan el Templo de Piedra, construcción extraterrestre atendida por extraños Guardianes, señores del Oráculo, que controlan el acceso a la Gruta del Destino. Quienes osen acceder, recibirán, tras litúrgicas unción e iluminaciones, el oportuno comunicado sobre la hora de su deceso. El gato Luna y el gallo Léhrel contribuyen al clima agobiante con sus atribuciones mágicas.

Sólo Mario Lunas ha conseguido sobrevivir al veredicto, según tiene bien comprobado Bruno Alvíz periodista de La Tilde, que también caerá en las redes oraculares. Sus crónicas constituyen la estructura narrativa, si bien hay que sumarles confesiones, monólogos, testamentos e historias de otros personajes secundarios. Entre ellos, Pérez Shilo, párroco ateo de Castropinto, en la provincia de Rúmeril, un epígono del San Manuel Bueno y Mártir de Unamuno; Anselmo Débile, el suicida una y otra vez fracasado; Rubínez, cuyo cerebro exprimen y roban; el hipondríaco Patricio Huelme; Rubén Ló, novelista de traca; Rolando Ártico, el multimillonario que renuncia a sus riquezas o el alcalde Modesto Leperilo, tan ambicioso como carente de escrúpulos. Todos resultan emplazados y fallecerán … para reencontrarse formando parte del Consejo de los Guardianes.

De tantas existencias diferentes, se deduce un mensaje, que Mario Lunas formulará así: “No importa vivir mucho, sino vivir bien”. Y eso se consigue siendo libres, fieles a lo que íntimamente cada cual se reconoce llamado, sin temores ni agobios frustrantes, filosofía que puede tener en estoicos y epicúreos sus primeros teóricos.

Más allá del interés que tan fantásticas historias encierran, crónicas de muertes anunciadas, seduce la belleza formal del estilo, una prosa construida con multitud de metáforas, alegorías, retruécanos y otros juegos de palabras e incluso algún escorzo caligramático. Voy a reproducir una sola frase, de las muchas que podríamos elegir: “Los gallos tienen el pulso del sol en sus venas y guardan la luna bajo sus barbas rojas, llenas de viejos amores sin amor· (pág. 27).

 

Alfonso Pinilla García, El día y la hora. Montijo, La Ventana, 2020

 

 

 

 

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