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Manuel Pecellín

Libre con Libros

EN DEFENSA DE LOS VIEJOS

Pocas personas tan preparadas para escribir este ensayo sobre la vejez como Laure Adler, perteneciente ya a esa “tercera edad” temida, denostada y envidiada a la vez, cada año más numerosa. Nacida (1950) en Guinea, donde se crio, pudo conocer cómo los pueblos africanos tratan aún a las personas mayores con mucho más respeto que en Occidente. Hija de un ingeniero agrícola, vino a Francia (1967), desarrollando hasta hoy labores múltiples (periodista, productora de programas de radio y televisión, editora, novelista…), tras vivir experiencias apasionantes. Durante los movimientos de mayo del 68, fue delegada de distintos comités; vivió después algún tiempo en un kibutz israelita; se licenció en Filosofía, doctorándose con una tesis sobre las feministas del XIX; fue asesora cultural de F. Miterrand (1989-1993); dirigió el canal France Culture y ha escrito un abundante conjunto de obras (novelas, biografías, ensayos). Se ha casado dos veces y tiene varios hijos.

Según confiesa, viene dedicándose a investigar sobre la vejez desde 2014, hasta culminar en La voyageuse de nuit (Viajera en la noche). Para escribirla se ha basado en las encuestas realizadas a hombres y mujeres de todas las edades; las visitas a los geriátricos (en uno tenía a su propia madre); conversaciones con  médicos, cuidadores y acogidos; experiencias personales y una extensa bibliografía, tanto general como especializada. Entre los muchos autores citados, desde los clásicos grecolatinos hasta los contemporáneos, sin duda a la que más recurre es a su muy admirada Simone de Beauvoir, autora de libros, aparte su mítico El segundo sexo, como La fuerza de la edad, Una muerte muy dulce, La mujer rota y, sobre todo, por lo que aquí respecta, La vejez .

Este ya antiguo interés de L. Adler por el tema de la senectud se ha incrementado con los avatares de la pandemia del CV19, padecidos de modo muy especial entre los mayores (altas cifras de contagios y muertes en las residencias; “triaje ominoso” en los hospitales, a favor de los jóvenes; lastimosa lejanía de familiares y conocidos). Aunque Manrique cantase que todos los ríos van a dar a la mar, que es el morir, lo cierto es que no lo hacen de la misma forma. Ni siquiera después del trance último resulta evidente que allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos; i llegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. No mueren igual los pobres y los acaudalados; los viejos y los jóvenes; los sanos y los enfermos;  los discapacitados o los autónomos; los acogidos en geriátricos o en domicilios familiares; ni siquiera las mujeres y los hombres con similares condiciones socioeconómicas.

Lo que A. Adler pide es respeto y atención humanitaria para todos los jubilados (le encanta ese término español, por sus connotaciones de alegría), sea cual fuere su edad, a la vista de cuanto hoy ocurre. Frente al imperativo de la juventud, con tan exigente escala de valores, ante la cual se pliegan también los que la perdieron  tiempo ha, la autora reivindica la capacidad para vivir con criterios propios y buenas dosis de satisfacción personal por parte de cuantos se saben ya con el pie en el estribo, o casi. Siguen siendo personas humanas, con sus derechos inalienables, que la sociedad les debe respetar en cualquier momento y circunstancias. Para eso, es preciso que no se les separe de los suyo, ni se les recluya en guetos más o menos lujosos. Preferible sería esforzarse por construir geriátricos con jardines de infancia, mezclando edades que permitan la trasmisión de conocimientos y experiencias, junto con el roce que genera el cariño. La ensayista, que sigue sintiéndose culpable de no haber sabido atender a sus padres viejos en el propio domicilio y haberlos hecho ingresar en una residencia, denuncia el negocio creciente en que han ido convirtiéndose esas instituciones. Aduce multitud de testimonios sobre ancianos felices, creativos y serenos, recordando como grandes artistas han construido obras maestras (música, pintura, literatura) en los años finales de sus vidas, libres ya de cualquier imperativo castrante.  Picasso y Goya son modelos españoles recordados.

Para los mayores, el consejo de Wittgesntein (fallecido tan prematuramente): Tomad la vida en pequeñas dosis. No miréis nunca más allá de la comida o la cena. Al fin y al cabo, el carpe diem de los epicúreos (que enseñaban a no temer a la muerte).

Quiero cerrar este apunte evocando la figura de Lina Caballero que me dejó el libro, dama  hispanofrancesa con 83 años plena de agilidad, alegría, ingenio y joie de vivre.

 

Laure Adler, La voyageuse de nuit. París, Éditions Grasset/Fasquelle, 2020.

 

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