Andrés Ruiz (Soria, 1961) es uno de los poetas españoles más reconocidos de su generación. Es justamente ese mimoso cuidado del discurso, de enorme riqueza léxica, lleno de imágenes, lo que distingue también su prosa y resalta con ímpetu en Los montes antiguos. Si los primeros libros del escritor (Más valer, 1994; El Reino, 1997) sobresalían por los toques de fábulas y mitos, tanto para los apuntes autobiográficos como para los paisajísticos, lo mismo se puede señalar en esta entrega última. Enmarcada por los alrededores del monte Volandero, junto a la capital soriana, el autor nos describe los entornos y las historias allí acaecidas durante este siglo último con una mezcla de admiración, cariño e inquietud hacia el paisaje y el paisanaje que tan bien conoce.
Lo que algún día pudo ser el locus amoenus para muchas familias, gente deseosa de encontrar allí un escape bucólico (aunque no sin los rigores del clima castellano extremo y la pobreza del terruño), ha ido viéndose invadido por el desarrollo urbanita y el auge industrial. A Andrés Ruiz le acuden los versículos del profeta Habacuc, cap. 3:
Se levantó (Jehová), y midió la tierra;
Miró, e hizo temblar las gentes;
Los montes antiguos fueron desmenuzados,
Los collados antiguos se humillaron.
Otro pasaje veterotestamentario (Deuteronomio, 33, 15), recogido como entradilla junto a una cita del gran teólogo protestante Karl Barth, donde se evoca que, por decisión de Jehová, para José, símbolo del perseguido rehabilitado, se destina lo mejor que brota del sol y la luna, las primicias de los montes antiguos y los frutos de los collados eternos.
De ahí toma título la obra. La novela combina los relatos personales con las vicisitudes acaecidas a otros individuos que él ha llegado a tratar o sobre los que se ha documentado cumplidamente, en ocasiones merced a los apuntes manuscritos, reales o supuestos, aportados por familiares o amigos. Esa red narrativa se enriquece a menudo con reflexiones sobre la condición humana, los ciclos vitales, los problemas ecológicos o la diagénesis de la escritura, dejadas caer como al desgaire, que aproximan entonces el texto al género ensayístico.
Sin duda, las páginas con más voltaje, auténticamente poéticas, describe n con tanta exactitud como brillantez la flora, fauna, orografía y otros accidentes geográficos o climáticos de Valonsadero. Pastores estantes o trashumantes, labrantines, monteros, y cazadores cuidaron la dehesa, riñeron por las lindes, desmocharon robles, combatieron al lobo, araron duras besanas siglo tras siglos. También supieron resistir inclemencias miles u organizar fiestas, como la mítica del Burro o la del Jueves de la Saca, los “sanjuanes” de Soria, con sus espectaculares carreras y encierros.
Entre las voces oscuras del monte y los rumores del secarral, irán deslizándose historias como las de Ramón Mateo, culto y bondadoso caballista; Carmen, perdida en la sierra con un novio irresoluto; Ángel, el fugitivo de la guerra civil; Teótimo Escuín, viajero cosmopolita e infatigable; Vicente Ruiz, novillero cuya vida segó el toro; Juan Felipón, cuyas bodas pueden competir con las cervantinas de Camacho; Demetrio, el comunista que adoraba a Jesucristo, o Josillo, el orate a quien sólo parece comprender Paco, un taxista que encarna el sentido común y la conciencia solidaria (sus diálogos con el autor resultan antológicos).
Los montes antiguos es un libro redondo, bello, complejo, escrito desde una voz nueva que conoce las viejas palabras, y con una mirada capaz de captar las más profundas sutilezas del paisaje y la compleja trama humana de quienes lo habitan, proclama Alfredo Urdaci en Fanfan.es. Lo suscribimos plenamente.
Enrique Andrés Ruiz, Los montes antiguos. Cáceres, Periférica, 2021.