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Manuel Pecellín

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EMIGRANTES EXTREMEÑOS

 

La escasez de habitantes es un fenómeno secular en Extremadura, tal vez el mayor óbice para su desarrollo. Escasamente repoblado a partir de la Reconquista, la pobreza y mala distribución de la tierra, la escasez de artesanía e industria, su propia geografía periférica, la falta de emprendedores … impedirán la creación de riqueza suficiente para fijar aquí a los nacidos u ocasionales allegados. Sobra recordar que un país con menos territorio que nuestra región, como los Países Bajos, supera los 17 millones de personas, cuando aquí apenas rozamos el millón.

Así que lo de la “Extremadura vaciada” viene de lejos. Los caminos hacia América, Europa u otras Comunidades hispanas han sido frecuentados con asiduidad por cacereños y pacenses. Ya en época contemporánea, los años cincuenta y sesenta del pasado siglo marcarán unos máximos para nuestra diáspora, hasta el punto de que muchos de nuestros pueblos verán reducidos sus hogares a la mitad e incluso un tercio. Si a finales del XIX y primer tercio del XX la sangría se redujo, no fue porque mejorasen de modo sustancial las condiciones de vida de esta Comunidad.  Más bien lo contrario. Según los historiadores, en el campesinado que la habitaba de modo casi hegemónico, fue imponiéndose el deseo y el convencimiento de que al fin iba a hacerse posible la reforma agraria, que facilitaría el acceso popular a tierras labrantías. Con todo, incluso en ese periodo de crecientes utopías revolucionarias, miles de jornaleros, cansados de humillaciones y carencias insufribles, se decidirían a “pasar el charco”, según lo venían haciendo, siglo tras siglo, tantos de sus mayores. Esa diáspora  difusa (cfr. la obra Luis A. Fernández Álava y J. Daniel Fernández, Emigrantes invisibles en los Estados Unidos de América: 1868-1945) no resultaría desconocida  al autor de obras como El médico rural o Jarrapellejos, según anotase ya Moisés Cayetano (“La emigración en la obra de Felipe Trigo”, en la Revista de Estudios Extremeños, I-1977).

De ambas corrientes participaron familiares directísimos de la autora de esta magnífica novela, incursa ella misma en ese flujo de destierro socioeconómico.

Nacida en Campanario (1958), corazón de la Serena, Juana Gallardo Díaz tuvo que partir hacia Cataluña con tan sólo diez años para acompañar a sus padres, personas de muy humilde condición. Merced a una beca y el sacrificio de los suyos, conseguirá hacer estudios superiores, licenciándose en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Ha ejercido la enseñanza en diferentes institutos de esta provincia, hasta jubilarse.

Pronto tomó conciencia de que, mutatis mutandis, estaban sufriendo las mismas vicisitudes (desarraigo, pérdida del paisaje y paisanaje nativos, cultura diferente, desconfianza hacia “el otro”) experimentadas décadas antes por Francisco Gallardo López, un recio campesino, que se embarcó el año 1920 rumbo a USA, donde permaneció hasta que las coronarias le traicionaron (1928).

Empeñada en reconstruir la biografía del abuelo, la autora sólo ha podido contar con algunas referencias verbales y el baúl donde las amistades enviaron a España las escasas posesiones del finado. Así que toda la parte primera del libro, “Aquí también hay jazmines”, es fruto ficcional, verosímil porque la nieta procura documentarse concienzudamente sobre el país, la ciudad (Detroit), la fábrica (Ford), ambientes (emigrados irlandeses, judíos, negros del sur, gallegos; actuaciones de la Mafia; la Ley Seca; el Ku Klux Klan) por donde viviera Francis (nombre de adopción) aquellos dos movidos lustros. El corazón se le divide entre Isabel, la esposa que dejase en el pueblo, y Candy, la generosa y valiente joven afroamericana que lo enamora.

En la parte segunda, “Maleza” (topónimo inventado), la novelista evoca su infancia en Campanario, describiendo cómo era la vida en aquella población sirviéndose de pequeñas historias magníficamente narradas. Cada una de ellas constituye un relato corto emocionante. Baste recordar la de Elena, solterona prematura al fin casada; la de José, el piconero homosexual, o la terrible de Andrea la de los Reveses, a cuyo novio irresponsable, el señorito Luis, lo segará la navaja justiciera. Todo contado con la viveza de quien, pese a sus pocos años, se impregnó y nunca ha perdido aquella cultura agroganadera, usos y costumbres arcaicos (lenguaje incluido), valores contradictorios a veces, un estilo de vida que forzosamente hubo de chocar con los dominantes en Cataluña. Sobrevivir en el nuevo paraíso pudo ser tan difícil como en el dejado atrás (realmente, ninguno de los dos lo era).

Juana Gallardo ha escrito una de las grandes novelas de la emigración española.

 

Juana Gallardo Díaz, Mi abuelo americano. Sabadell, HakaBooks, 2021.

 

 

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