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Manuel Pecellín

Libre con Libros

          AFORISMOS PRIMAVERALES

 

Antonio Castro es uno de esos hombres que rezuman sabor a tierra. Sabe arar y escardar, poner tomates, coger espárragos y setas silvestres, decir cuándo se doran los robles y castaños o cómo puede romper los hombros una saca de fertilizantes. También ha leído mucho; batallado en numerosos frentes y compuesto un buen número de obras literarias, como Primeras canciones (2000), Aquella mañana (2001), Orillas del alma(2003), Las aventuras de Umar, príncipe de Badajoz (2003), La fábrica (2003) La diablesa de Badajoz (2007), La torre de las siete ventanas (2007) y Era (2017), más dos obras dramáticas La diablesa de Badajoz y La torre de las siete ventanas (2007).

Castro nació (1957) en Villarta de los Montes, donde su padre era Secretario del Ayuntamiento (tenía que haber nacido en Sancti-Spíritus como toda su familia), pero, salvo algún corto periodo en otras localidades como La Garganta (Cáceres), su infancia, hasta los doce años, trascurrió en Garlitos. Por eso se dice siberiano de pura cepa, aunque también se estima pacense, pues reside en Badajoz desde 1969, que ingresa en el seminario. Estudia allí el bachillerato, para cursar después Magisterio en la Normal. Pero no se incorpora inmediatamente a la escuela. Pasa casi un lustro en Los Santos de Mamona, preparando las oposiciones mientras trabaja en GRAESA, empresa zafrense de granitos. Militaba en CC.OO.  Luego de aprobar, ejerce como funcionario de carrera en la Diputación de Badajoz, hasta jubilarse.

La reclusión por el coronavirus lo mantuvo con su mujer en una casita rural de La Rabaza, pedanía de La Codosera, limítrofe con Portugal, paraíso ecológico. Desde allí escribe y manda cada noche a sus amistades media docena de minitextos, a los que adjuntas hermosas fotografías. Constituyen las gavillas, teselas o fragmentos que estructuran el libro.

Estas obras de patchwork han ido imponiéndose también entre los escritores extremeños.  En los tiempos últimos se nos ha dado leer las obras-mosaico de Félix José Ortiz, Desaforismos; Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, Pod-cast lírico; Carlos Medrano,  Entorno claro; Emilio Méndez, De las contradicciones del humanismo (segunda edición, corregida y aumentada) y Julián Rodríguez, Diario de un editor con perro, desgraciadamente póstuma. No extrañe que predominen los libros con microrrelatos o micropoemas (¡cuánto haikú!) en época marcada con la omnipresencia de los tags, whatsapps, emails, slogans, post y de más entregas por “pequeñas dosis”.

La fórmula tiene también desde antiguo magníficas representaciones de literatura popular. En el Corpus Inscriptionum Latinarum, vol. IV, nº 4091, se localiza este maravilloso graffiti pompeyano (no los hay solo obscenos en las paredes de sus lupanares), que bien podría estar en el libro de Castro:

Quisquis amat valeat, pereat qui nescit amare. Bis tanto

pereat quisquis amare vetat (Salud para el ama, perezca quien no sabe amar, muera dos veces quien amar prohíbe).

Porque el coronavirus pudo imponernos la reclusión domiciliaria, pero no impedir que la Primavera resultase en Extremadura tan esplendorosa como siempre. Al autor supo captarla en un territorio donde la Naturaleza se expande con singular vigor. Desde allí, merced a la informática, fue chateando las imágenes y pensamientos que se agavillan en la presente entrega. A las espléndidas fotografías de jaras, lavándulas, amapolas, carrascas, retamas, heliotropos y glicinias, atrapadas en plena floración, se adjuntan las seis cápsulas diarias de aforismos, con recetas que saben a viejas fórmulas, unas (Lao-Tsé, Confucio, Buda); contemporáneas, otras (Nietzsche, R. Gómez de la Serna, Ciorán, Canetti). Los hay de todo género, siempre en la relampagueante envoltura del género: filosóficas, didácticas, psicológicas, éticas, literarias…

Para componerlos, Antonio Castro ser sirve de retruécanos, paranomasias, neologismos, sinestesias, oxímoros, ironías, paradoja y otros recursos expresivos que manifiestan su buen dominio del lenguaje poético,

Deslumbran, sobre todas, el haz de greguerías, sustentadas por ingeniosas metáforas y alegorías, que el sobrino de Carolina Coronado, Ramón Gómez de la Serna, el máximo creador del género, no dudaría en suscribir.

El cocodrilo es una roca con alma de lagartija. La aceituna llora en la boca la suave amargura de no llegar a ser olivo.- La soledad es un árbol perdido en el bosque.-Las nubes son las gafas de sol más económicas.- Los suspiros son estornudos del alma.

La obra está dedicada a los miembros de la Tertulia 72, protagonistas en la génesis del libro: Isabelo, Jorge Moraga, Eusebio, María Robledo, Antonio Enrique, María Soto, Juan Diego Gallardo, Helena Arroba, Manuel Jesús Gallardo, María Ramírez, Ana Silva y María Fuentes.

 

Antonio Castro Sánchez Reflexiones taci(noc)turnas. Badajoz, Fundación CB, 2021.

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