El año 132 de la era cristiana tuvo lugar la rebelión de Bar Kojba contra los romanos, que, tras la derrota infligida por Tito, habían convertido Israel en una provincia del Imperio. El dirigente judío logró fundar un estado independiente, aunque sólo duraría tres años. Las legiones dirigidas por Sexto Severo en nombre de Adriano (recuérdense las célebres “Memorias” compuestas por M. Yourcenar) terminaron con la aventura y Kojba (“La Estrella” en hebreo) fallecería junto a los muros Betar. Si la primera guerra judeo-romana (66-70) supuso ya un desastre para el pequeño país, la segunda constituye su desaparición definitiva, hasta época contemporánea. Según algunas fuentes, medio millón de judíos fueron ejecutados; centenares de poblaciones asoladas; Jerusalén completamente derruida y la diáspora terminó desparramando por toda la cuenta mediterránea a incontables familias de Israel. Del orgulloso zelote al fugitivo errante, con su “Nasi” mesiánico fuera de juego. Adriano se esforzaría por helenizar lo que quedaba, prohibiendo allí la lectura de la Torá y todas las prácticas tradicionales del “pueblo elegido”. Los seguidores de Jesús, pese a las numerosas contradicciones de las iglesias cristianas primitivas, terminarán imponiendo el mensaje evangélico.
Es la época histórica y el marco territorial que F. J. Pérez Atanet ha elegido para su primera obra, Al Dios desconocido, complejo y voluminoso relato de ambiciosa proyección. El título se inspira en un pasaje neotestamentario (Hechos, 17, 23) donde se recuerda un discurso de S. Pablo a los atenienses (“porque mientras pasaba y observaba los objetos de vuestra adoración, hallé también un altar con esta inscripción: al Dios desconocido”). Ni el llamado “apóstol de los gentiles”, ni la capital griega aparecen en el relato de P. Atanet.
Natural de Villanueva de la Serena (1978), el autor es ingeniero técnico agrícola, habiéndose dedicado profesionalmente a la enseñanza en programas de formación profesional e inserción laboral. Ha debido de hacer extraordinarios esfuerzos para documentarse sobre un periodo histórico tan lejano y confuso como el que aborda.
El protagonismo de la narración (casi medio millar de densas páginas) incide sobre un personaje imaginario, de quien creemos resulta imposible encontrar semejantes coetáneos, ni siquiera por el extraño nombre que recibe, si bien cabe compararlo con Jesucristo. Vatlor es un pastor treinteañero, hijo de madre judía y padre romano, con una formación sorprendente: conoce la cultura griega y latina, así como el Antiguo y Nuevo Testamento (de los que en sus discursos reproduce pasajes literales). Dotado de espíritu profético y, más aún, de una intuición poética maravillosa, se siente impulsado a predicar desde el desierto su “buena nueva”, aunque intuye que, como al Nazareno, lo conducirá a la muerte. Su propuesta, transmitida con parábolas y metáforas innúmeras, consiste en helenizar Israel sobre las bases de la filosofía griega, el derecho romano y el mensaje de Cristo. Los dirigentes de la sinagoga, la comunidad cristiana y el imperio se esforzarán por atraerse a aquel líder de masas, que lo siguen sin comprenderlo bien (tampoco es que resulten fáciles sus mensajes), aunque terminarán exterminándolo. Un narrador omnisciente irá dando cuenta de sus singulares aventuras, que lo conducen desde Jericó a Éfeso, pasando por Jerusalén. Ocasionalmente, el discurso lineal se fragmenta y otros personajes ligados a Vatlor toman la palabra. Así ocurre con las dos bellas mujeres a las que enamora y hará madre, tan diferentes entre sí: Lidia Prócula, la mujer del gobernador Julio Severo, y, sobre todo, su esclava Lucila, ambas convertidas al cristianismo. Será la segunda quien acompañe al héroe hasta los instantes últimos.
Aunque secundarios, otros personajes, ficticios o históricos, atraerán también el interés del lector. Jonás, el hermano envidioso de Vátlor; el procónsul Antonino (futuro emperador) y Meron, jerarca cristiano que siempre juega sucio y exacerba el odio contra los no bautizados, son los principales. Será este quien incendia el templo de Artemisa donde, por apagar las llamas, fenece el poeta/profeta a sus 33 años.
Francisco Javier Pérez Atanet, Al Dios desconocido. Málaga, Independiente, 2021.
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