Antonio Rodríguez-Moñino (Calzadilla de los Barros, 1910-Madrid, 1970) fue sin duda el bibliógrafo español más importante del siglo XX. Autor de innumerables trabajos, muchos de ellos imprescindibles para establecer el pasado de nuestras letras, los más relevantes historiadores, con los hispanistas franceses y americanos en cabeza, así lo han reconocido.
También lo hace el autor de este extraordinariamente bien documentado libro, un volumen con casi medio millar de páginas, quien, no obstante, se ha propuesto faire le point sobre muchas afirmaciones que sobre Moñino vienen sosteniéndose, acaso no tan elogiosas ni exactas. Lleva dos largos lustros Pablo Ortiz (Castuera, 1960) interesado en el personaje, investigando sobre todo sus actuaciones en las políticas de salvamento y protección del Tesoro (libros, monedas, códices manuscritos, grabados y otros objetos de arte) durante la Guerra Civil. Es el periodo menos y peor conocido del “príncipe de los bibliógrafos españoles”, cuya vida quedó marcada, velis nolis, por los compromisos que decidió asumir, más o menos voluntariamente, al servicio de la II República. Para defenderse de los procesos judiciales a los que, como perdedor hubo de someterse, D. Antonio, mientras resaltaba las realizaciones personales cuya versión le favorecía, también hizo todo lo posible por ocultar cuanto podría convertirse en material para los acusadores. Así se lo aconsejaron en la inmediata posguerra sus influyentes familiares (padre y suegro muy bien relacionados en los medios franquistas), salvándose al fin de las duras condenas impuestas a otros correligionarios o compañeros., aunque también él, tan privilegiado entre los suyos, habría de sufrir un proceso de “depuración”
Doctor en historia, arqueólogo y escritor, Ortiz ha investigado infatigablemente en las hemerotecas, legados y archivos donde se pueda localizar cualquier huella del personaje, así como todas las páginas (son muchas) que al mismo hacen referencia., pasando por su propio tamiz los materiales allegados. Las publicaciones que más críticamente maneja son las que en exaltación de su tío publicase Rafael Rodriguez-Moñino Soriano (Badajoz, 1935´Madrid, 2005), sobre todo La vida y obra del bibliófilo y bibliógrafo extremeño D. Antonio Rodríguez-Moñino (ERE/Beturia, 2000) y Breve epistolario de D. Antonio Rodríguez-Moñino (Centro de Estudios Extremeños, 2011). Ortiz tacha al sobrino con las más duras calificaciones. Del propio sabio, los textos que más le sirven son los cuatro cuadernos que Moñino redactó para justificar su conducta, lógicamente con vistas al juez y la impronta de su singular carácter.
Se sabe que el joven Rodríguez-Moñino catedrático de Instituto y célebre ya entonces en el mundo de la bibliofilia, perteneció al partido político de Azaña; formó en la Alianza de Intelectuales Antifascitas (organizada por el PC); colaboró con El Mono azul; se opuso nítidamente a la sublevación militar (prólogo al Romancero general de la guerra de Españal) y fue figura destacada, cuando no estuvo al frente, en la vorágine de incautaciones (archivos y bibliotecas, algunas riquísimas, que así se salvaron: más de un millón de obras) desencadenada en Madrid el verano-otoño de 1936, así como de la selección y envío a Ginebra, vía Valencia, de las piezas más valiosas. La archivera “quintacolumnista” Matilde López Serrano (Badajoz, 1899-Madrid, 1994) es uno de los muchos personajes contemplados en estas páginas por su relación con Moñino.
Lo más polémico de éste fue su coparticipación, junto a W. Roces y otros dirigentes, en el saqueo (pues eso fue) de las 3.000 monedas del Museo Arqueológico Nacional, tesoro definitivamente desaparecido tras su traslado a México en el célebre Vita. En Extremadura, a donde llegó para defender la “Bolsa de la Serena”, poco pudo hacer –ya estaba casi todo destruido- como primer y único presidente de la Junta Delegada del Tesoro Artístico. Sí se amañó para impedir la profanación de unas hostias consagradas, anécdota que le supondría un buen aval. Desde luego, tras la conmutación de penas y absolución (nunca completa) supo adaptarse a las imposiciones del régimen franquista, contra el que no se conoce militancia (tampoco apoyos explícitos), viviendo un “exilio interior” afortunado. María Brey, con la que se desposó en 1938, compartiría afanes, penas y glorias con el extremeño.
Continuamos sin saber cuáles eran las ideas sociopolíticas de alguien a quien lo que realmente motivó siempre fue la pasión por el libro.
Como su muy querido Bartolomé J. Gallardo (Campanario, 1776-Alcoy, 1852), otro genio de la bibliofilia, Moñino habría de soportar acusaciones de cleptómano especializado. Él mismo se ocupó de rebatir irrefutablemente las más onerosas. Y, por decisión testamentaria de los dos esposos, el legado Brey-Moñino condujo su extraordinaria biblioteca (salvo la pequeña, pero valioso donación a la de Cáceres, que hoy lleva nombre del prócer), a la de la R. Academia de España, donde tanto le costó ingresar.
Pablo Ortiz Romero, Antonio Rodríguez-Moñino. Luces y sombras dl mayor bibliógrafo español del siglo XX. Córdoba, Almuzara, 2021.