Poemas de un vivo desasosiego, el poemario último de María José Fernández (Navalvillar de Pela, 1961) nos hace evocar el famoso Libro del desassossego, un largo medio millar de apuntes plurales (en prosa) que Pessoa fue agavillando desde 1913 hasta su muerte (1935). Compuestos como la autobiografía de Bernardo Soares (“semiheterónimo porque no siendo su personalidad la mía, es no diferente de la mía, sino una mutilación de ella. Soy yo, menos el raciocinio y la afectividad”, según explicase el portugués), testimonian el malestar que siente ante la pérdida de los valores tradicionales, la sustitución del culto a Dios por el de la Humanidad. Pues, siendo ésta “una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal”.
Ya fray Luis de León, con tantas tribulaciones a cuesta, había implorado en la horaciana oda “Al apartamiento:
Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:
recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido.
Es el espíritu que anima las tres partes de este poemario (en realidad, muy bien entroncadas): “Preludio y desesperanza”, “Poemas de un vivo desasosiego”, que da el título, y “Dédalos del miedo”. La autora, conocida por su tendencia al intimismo y la reflexión, decide abrirse al palpitar de la calle, el latir de talleres y mercados, las tertulias cotidianas, para recoger lo que allí más se respira: la inseguridad, el desconcierto, la crisis generalizada, que el coronavirus cebó. En la parte tercera y última, se percibe un giro hacia el mundo interior propio, sin que se dejen de escuchar los latidos ajenos.
Abundan en esta obra, acordes con sus contenidos, las expresiones populares, frases tópicas, dichos y refranes, e incluso términos de las diferentes jergas, a veces traídas en habla dialectal. Según su costumbre, la escritora gusta de los juegos de palabras, los retruécanos, las anáforas y los recursos gráficos, caligramas incluidos.
Sus poemas son de amplio aliento, con versos libres de arte mayor, en los que resulta fácil localizar espléndidas metáforas e imágenes de toques surrealistas. Un humor fino, a veces vuelto contra ella misma, endulza la voz profética, tan personal, nunca desgarrada ni sujeta a lemas o consignas.
El libro lleva un extenso preámbulo del extremeño Ricardo Hernández Megías, escritor y bibliófilo, presidente de Beturia.
María José Fernández Sánchez, Poemas de un vivo desasosiego. Badajoz, Editamás, 2022.
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