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Manuel Pecellín

Libre con Libros

DE LA VIEJA EXTREMADURA

 

Nacido en Santa Marta (1957), Clemente Muñoz reside habitualmente en Madrid desde los 28 años. Se fue a la capital luego de cursar los estudios de Magisterio en el hoy CU Santa Ana (Almendralejo), aunque no se ha dedicado a la docencia. Antes de emprender la diáspora, el autor se impregnaría hondamente de la idiosincrasia de la Tierra de Barros, mentalidad que sin duda ha mantenido con visitas habituales al terruño, cuya historia se ha esforzado por conocer en profundidad.

Así se percibe con la lectura de El año del mal, novela coral, aunque presente un protagonista relevante, Policarpo Pinillas (Poli), joven  “turra” (campesino medio) que regresa al pueblo tras haber participado en la guerra de África. Será quien asuma referir en primera persona los duros acontecimientos vividos como soldado (desastre de Anual), así como la situación familiar, económica, cultural, religiosa y política que encuentra a su regreso.

Fácil resulta deducir que aquel “annus horribilis”, signado por los ecos del Barranco del Lobo, la Revolución bolchevique, la “huelga general revolucionaria”,  la “gripe española” y los aún trágicos estertores de la I Guerra Mundial, es 1918.

La obra permite recorrerlo a tenor del paso de las estaciones, con sus faenas y fiestas típicas, tan marcadas en los pueblos de carácter rural.

Pero Poli no monopolizará el relato, asumido también, según ocasiones, por un narrador omnisciente o los numerosos personajes que ocupan lugar relevante en la población. El abuelo Ezequiel (una suerte de “padre padrone”); Alonso, el sobrino disoluto e irresponsable; don Aristo (el sarcástico profesor, tan crítico con la monarquía del momento); el poderoso Conde, tipo “Jarrapellejos” y su cortijada del crimen; un ilustre periodista, que abandonó la corte por la aldea; Juanón, proletario rebelde; don Pedro, paradigma de “médico rural” (Felipe Trigo); Quico, dueño de la imprescindible taberna, y Constanza, la novia de toda la vida, aportarán sus singulares teselas a este mosaico literario. El escritor ha atinado dándole a cada voz su oportuno código lingüístico, que a veces roza lo dialectal (sobre todo, en el léxico). La reproducción de romances y coplillas, junto con el uso generoso del refranero, incrementan los toques populares del relato.

Pasajes de especial atractivo suponen las descripciones de las duras tareas agrícolas (la siega y la era); las fórmulas adoptadas para combatir la pandemia o los apuntes etnográficos sobre festividades y recetas gastronómicas. Mucho menos ágiles son las notas periodísticas agavilladas de la prensa de la época (El Sol, El Heraldo de Madrid, El Correo, El Liberal, El Imparcial, El Siglo Futuro y muchos otros), que a nuestro parecer lastran en exceso el discurso. Tampoco contribuyen a la agilidad del mismo las evocaciones de las guerras carlistas (justificadas por la memoria del antiguo familiar que en ellas participó, para después convertirse, pasado a América, en un rico naviero).

“Este relato es un intento de aproximación hacia una particular memoria histórica recuperada de uh pasado con el que se pretende rendir cuentas en alguna medida, donde se narran a grandes rasgos las vicisitudes de una saga familiar de principios del siglo XX radicada en el sur de la provincia de Badajoz entre el fragor de la lucha por la vida y el contexto general de un país siempre en guerra contras los demás y en conflicto permanente consigo mismo, entre la Gran Guerra y los males de su tiempo donde no faltan plagas, epidemias, supercherías y hambre”, declara el autor en nota preliminar. Creo que en buena medida ha cumplido honestamente con sus propósitos.

 

Clemente Muñoz, El año del mal. Tres Cantos (Madrid, Edición Punto Didot, octubre 2021.

 

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