Hace sólo meses, Juanma Cardoso (Badajoz, 1963) publicaba Terroríficos cuentos de Navidad, un conjunto de 233 narraciones cortas que el autor había ido escribiendo a lo largo de los siete años últimos durante las vacaciones navideñas. Según advertíamos en la reseña, sus protagonistas, temáticas, ambientaciones, historias y anécdotas discurren todos junto al Guadiana. Pocos conocerán mejor la ciudad que lo vio nacer (exceptuemos al cronista Alberto González Rodríguez) como este indefectible pacense.
Licenciado en Ciencias de la Información por la Complutense, columnista (Hoy, La Crónica de Badajoz, Periódico Extremadura), crítico cinematográfico (tesis doctoral sobre la llegada del cine sonoro a Badajoz y su repercusión en la sociedad badajocense de los años treinta), presidente de la Asociación de la Prensa de Badajoz, jefe del Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de Badajoz y profesor asociado en el Área de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Extremadura, novelista y poeta, Cardoso es agente y testigo directo de la vida cultural de la ciudad. Es, sobre todo, un extraordinario narrador.
Lo vuelve a demostrar con esta segunda entrega de “cuentos terroríficos” (aceptemos esa calificación, aunque ninguno de los dos términos resulte del todo exacto), aún más voluminosa que la anterior. Son 250 relatos breves los que aquí se conjuntan, todos con un bien perceptible aire de familia. Circunscritos a las vacaciones agosteñas, se enmarcan bien en Badajoz, donde el protagonista se ve forzado a combatir las calores, bien en las playas de Cádiz hacia las que logra escaparse de vez en cuando, ese paraíso sureño entre Tarifa y Conil: Zahara de los atunes, Barbate, Caños de Meca y el Palmar como rincones relevantes.
Entre ambos entornos bascula este sarcástico cuarentón, que relata en primera persona sus experiencias festivas, cuando no deja paso a un narrador cómplice. El personaje se nos aparece como escritor maduro, periodista y poeta, buen gastrónomo, un punto maníaco, mujeriego (lo seducen los bikinis de cuerda), adorador del cuerpo femenino, cinéfilo, gran lector, fan del Atleti, rockero (¡cuántas referencias literarias, fílmicas y musicales!), más amigo de los perdedores que de cuantos triunfan, con frecuentes incidencias gastrointestinales (abundan los pasajes escatológicos), pararrayos de pelmas o perroflautas y observador condescendiente de la fauna ambiental.
Son los mimbres con que se construyen las piezas de este puzzle, mosaico con teselas deslumbrantes, casi todas abocadas a un final imprevisto y con similar estructura: “él” se enamora perdidamente y ensaya sus artes de seducción ante la hermosa joven conocida tal vez en un cafetín de la Plaza Alta, los jardines de San Francisco y la Galera o las dunas, estuarios y chiringuitos que el levante abanica; “ella”, cuyo cuerpo se describe con morosa delectación, se deja amar algún tiempo y viven apasionados romance, plenos de erotismo. Hasta que se cansa, tal vez al reclamo de voces más desgarradoras, y le da el tole. Ahí reside el aporte de “terror”. En ciertos casos, una y otro pueden encarnarse bajo las sombrillas que el cine o la literatura nos hizo familiares, v.c., Lilith Lolita, La Loba, Mey Ryan, Mena Suvari o lady Matcbeth versus Yago, Samsa, Mose Harpes o Trifón Cármenes. Las paráfrasis de textos pertenecientes escritores como Quevedo, Nietzsche, Neruda, Lorca, Cioran, Steinbeck, S. King, Luis Alberto de Cuenca y tantos otros aportan guiños sabrosos. Lo mismo vale decir sobre letras de Chavela Vargas, Springsteen, Sepúlveda y un amplio etc.
Mucho más impactante resulta ese sentimiento de terror en algunos relatos que no siguen aquel esquema, de fantasía bastante más libre, como el que, a estilo de los de H.P. Lovecraft, narra el apocalipsis impuesto por el camalote asfixiante, el ataque de las sandías asesinas o la virulenta invasión de los gansos o las gaviotas a modo Hitchcock. Entonces, ni ese humor a la británica tan característico del autor (sobran los chistes facilones y expresiones coloquiales) nos aliviará.
Y, siempre, el aluvionaje lingüístico, las impresionantes tormentas léxicas con que Cardoso, cual mago de las palabras, gusta impactar al lector, acumulando sinónimos, homófonos, derivados y términos similares, campos semánticos completos, hasta imponernos gritar un exhausto “touché”. Si me tuviese que quedar con alguna de las historias, reales o imaginarias, aquí recogidas no dudaría en elegir la de Cuqui, la hermosa y libérrima mujer de las playas de Bolonia: ella sola bastaría para justificar que nos encontramos ante un narrador de extraordinaria potencia.
Juanma Cardoso, Terroríficos cuentos de verano. Badajoz, Fundación CB, 2022.