Giousé Calaciura (Palermo, 1960) nos daba a conocer en Los niños del Borgo Vecchio (2019, Premio Paolo Volponi) su conmovedora sensibilidad para describir ambientes marginados. Poco después, con El tranvía de Navidad (2020) nos llevaba de nuevo a esos mundos lúgubres e inclementes, donde los gestos bondadosos solo surgen casi por milagro. Ahora, el novelista italiano ejecuta una pirueta de veinte siglos para fijarse en la personalidad que más ha marcado ese periodo histórico, Jesús de Nazaret.
Según se sabe, los Evangelios apenas dicen nada sobre la infancia, adolescencia y juventud de Jesucristo, hasta que dio comienzo su vida pública. Esos “años oscuros” del Nazareno constituyen el entramado de la novela un ejercicio de pura fantasía. Calaciura decide que el propio personaje, a punto ya ser bautizado por Juan y emprender la predicación de la Buena Nueva, vaya reconstruyendo en primera persona su atormentada biografía: Yo soy Jesús, evocación del famoso Yo soy el que soy veterotestamentario.
El ya inminente Mesías se reconoce, ante todo, como el hijo de una muchacha hebrea que, con apenas catorces años, fue violada, quizás por un tal Gabriel. Los familiares, con el fin de ahorrarse las vergüenzas del embarazo injustificable, consiguen darla en matrimonio a un carpintero ya en la senectud. José cuidará celosamente de María y el niño, cuyo nacimiento es fama que estuvo rodeado de señales misteriosas. Él le enseñará el oficio a aquel muchacho taciturno, violento en ocasiones, lector de la Torá, asustadizo, solidario, melancólico e hipersensible, que se ganará la vida merced a la garlopa. El hombre abandona pronto el hogar, tal vez abrumado por las incógnitas que rodean aquellas relaciones, y el adolescente Jesús decide salir en busca de su padre. Vive curiosas experiencias, antes de volver al hogar sin haber logrado su propósito. Aunque sí descubre las debilidades humanas, el amor a las mujeres, las mordidas del hambre, el miedo a los poderosos (Roma y los caciques judíos). Y a tocar la flauta, habilidad que ha de serle extraordinariamente útil.
Vuelto a Nazaret, es un joven agnóstico, incluso ateo, poco comunicativo, que apenas se entiende con su madre. María intuye para el hijo, por señales no desveladas aquí, otro futuro más relevante que la de un simple trabajador de la madera. Tal vez si se decidiese a hacerse discípulo de Juan, el de la prima Isabel y el viejo Zacarías… Pero a Jesús le asusta el carácter impetuoso y las propuestas radicales del Bautista. Él prefiere el amor de Ana y dedicarse a reparar la aldea de Nazaret, incendiada por facinerosos y víctima de las hambrunas que provoca la sequía. Allí seguirá, hasta que también estos planes domésticos se frustren y asuma que está llamado a otros destinos. Antes, habrá superado un intento de suicidio merced a la ayuda física de Judas, que le desata el nudo fatal. (Jesús le había salvado antes la vida). La aparición maravillosa de un bosque de cedros o la inexplicable sobreabundancia de vino en un banquete (se emborrachó) podrían ser presagios.
Obvia decir que Calaciura no pretende sentar plaza de historiador, escriturista bíblico, cristólogo o teólogo. Pero no desconoce el terreno que pisa y, sobre todo, es un magnífico escritor, con su prosa repleta de imágenes, habilidad para describir ambientes y paisajes, más el tino a la hora de componer caracteres. Escenas como la batalla contra los perros salvajes, los trapicheos en los aledaños del templo de Jerusalén o la tempestad de arena son espectaculares. De entre las figuras que van apareciendo junto a Jesús, las hay plenamente imaginarias, mientras otras son recreaciones de personajes cuyos nombres han llegado hasta nosotros. De éstos sobresalen Juan Bautista, Lázaro, Marta y María, y, por encima de todos, Barrabás, auténtico líder, mala persona, a cuyas órdenes el mismo Jesús, humano, demasiado humano, estuvo algún tiempo.
Giosué Calaciura, Yo soy Jesús. Cáceres, Periférica, 2022.