Nacido (1952) y criado en Almendralejo (circunstancia que imprime carácter), Faustino Lobato vino a Badajoz (1970) para cursar estudios superiores en el Seminario. Marchó después (1977) a Bélgica para hacer Teología y Antropología en la UCLA (Université Catolique de Louvain-la-Neuve) Teología y Antropología. Se relaciona allí, a través de Monsieur Houtard (catedrático de Sociología) con grupos próximos a la Teología de la Liberación. Durante su estancia lovaniense forma parte de un círculo de escritores cercanos a la escritora y profesora Kristien Hemmerechts Vuelto a Badajoz, al final de los años ochenta, mantuvo una actividad social intensa con el mundo gitano, alternándola durante tres lustros con la docencia en la Facultad de Educación. Opta después por pasar a la secundaria (2000), siendo profesor de Filosofía hasta jubilarse. Integrado en el grupo emeritense de escritores y creadores plásticos “Gallos quiebran albores”, funda en Badajoz la tertulia literaria “Página 72”, donde desarrolla conocidas actividades
Son algunos datos que nos parecen útiles para mejor comprender las creaciones poéticas del autor, que a partir del decenio útiles se suceden cada vez con mayor frecuencia: Un concierto de sonidos diminutos (2013), El nombre secreto del agua (2016), Rehacer el alba. Memorias de un naufragio (2017), La sorpresa de lo humano (2018), Notas para no esconder la luz (2019), Sin razón previa (2019), Abismos del suroeste (2020). A dichos poemarios, con tan hermosos títulos, habría que añadir su participación en obras colectivas como Florilegio erótico (2017), Salgueiro Maya (2017), Basta. Voces extremeñas contra la violencia de género (2018), En el vuelo de la memoria. Antología poética para Ángel Campos (2018), Treciembre. Coro de voces 2021) o Zikaron. Cinco miradas en verso (2022), entre otras.
En los meses últimos, el autor ha acelerado, si cabe, su producción, sorprendiéndonos con otras tres entregas, sin que no sólo no resulte mermada su calidad, sino que, a nuestro entender, incluso superan a las anteriores.
Siete+tres. La vida en un instante (Madrid, Cimapres) recoge los versos que Faustino escribió cada uno de los diez días que hubo de cuidar a su esposa e hijo, contagiados por Covid. Son poemas henchidos de emociones lógicas, mantenidas con el sosiego de
apuntes en prosa a cuyo través va comunicándose el curso de la enfermedad. Sorprenden el ingenioso diseño de cubierta e interiores debido a Daniel Albors.
El ilustrador levantino ha cuidado también el formato de En el ángulo incierto del espacio (Badajoz, Diputación). El escritor extremeño José Manuel Vivas suscribe el prólogo, en el que no oculta su admiración: “Nuestro poeta hace temblar los cimientos de la vida cuando contempla el mundo desde sus pasajes menudos y cotidianos de cosas que, impávidas, rezuman el color, el olor, el gesto y el silencio de todo lo que importa” (pág. 11). Tal vez ninguno tan alienante como “La cola del paro”, ese “lugar de derrotas”, “el grito sordo de algunos”, “el cosmos del llanto” (pág. 79).
También El alfabeto del tiempo (Valencia, Olé Libros) tiene una dolorosa génesis, otra enfermedad que estuvo en trance de arrebatarnos al autor. Lleva un extenso preámbulo de José Antonio Olmedo López-Amor, “Contingencia de la consumación”, que expone las claves de cómo el poeta “nos regala en este libro un capítulo de vida convertida en alta literatura” (pág. 18). Manejándose con símbolos tomados de los textos bíblico, los clásicos grecolatinos y la mística española (a menudo citados en sus lenguas originales), se aborda las múltiples connotaciones de eso que llamamos “tiempo” y tan de cabeza a traído siempre a los pensadores. Famosas son las reflexiones de Kant sobre las categoría espaciotemporales; las de Einstein en torno a la relatividad de tales elementos o las de Wittgenstein el parte 6 de su Tractatus lógico-philosophicus, por no retrotraernos al asombro de San Agustín en las Confesiones:-“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente”.
El pasado (feliz) que la memoria guarda, junto con las urgencias del presente y la amenaza del final cada vez más previsible nutren las inquietudes del autor. Sus versos blancos y libres (salvo algún soneto ocasional) quiebran a menudo la textura tipográfica con ingeniosas manipulaciones que los aproximan a la poesía visual y fracturan los códigos de lectura tradicionales.
Julio Sánchez Martín resalta en el epílogo, “El triunfo del Instante sobre el Tiempo”, como la experiencia traumática del origen, felizmente superada, ha fructificado en un libro “complejo, bello, rotundo, oscuro, sí, pero con un final esperanzador” (pág. 133).
Faustino Lobato Delgado, En el alfabeto del tiempo. Valencia, Olé Libros, 2022.