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Manuel Pecellín

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LOVECRAFT. MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN

 

Abunda en la literatura inglesa un tipo de obras con nombre de difícil traducción, por lo que se lo cita en la lengua original. Como paradigma se suele recordar el libro de John Locke (16032-1704), A new method of making Common-placebooks, cuyas fórmulas de trabajo no siempre son estrictamente respetadas por los cultivadores del género. Desde luego, no las tuvo en cuenta H. Ph. Lovecraft (1890-1937), al elaborar el Cuaderno de ideas, que ahora presentamos. El autor estadounidense propuso como proemio explicativo esta sinopsis: “Se compone de ideas, imágenes y citas anotadas a vuelapluma para su futuro uso en ficciones de misterio… Sus fuentes son diversas: sueños, lecturas, encuentros casuales, divagaciones, etc.”.

Estamos, pues, frente a un nítido ejemplo de literatura antes de la literatura. El futuro creador va formándose su personal archivo, acopio de posibles materiales, una cantera de donde extraer recursos, que desarrollará cuando llegue la ocasión de utilizarlos en posteriores entregas. Para los estudiosos, constituyen elementos inapreciables a la hora de establecer la “diagénesis” de determinadas obras. (Entre nosotros, a mí me recuerdan En los andamios, acopio de materiales de “construcción” pertenecientes a Felipe Trigo, que se publicarían póstumos).

Las de Lovecraft son modelos clásicos entre las basadas en la fantasía, la ciencia ficción y el horror, repletas de personajes terroríficos, a menudo mitológicos, fabulosos o alienígenas,  que se conducen por escenarios escalofriantes (sin excluir inframundos o espacios extradimensionales). De todo ello hay múltiples antecedentes en estas páginas, compuestas en forma de mosaico. Juan Andrés García Castellón, que las ha vertido a un castellano impecable (junto con Carmen Ibáñez Berganza) suscribe un enjundioso epílogo, “El otro Lovecraft: escritura y anterioridad”, donde analiza este conjunto de lacónicas anotaciones (las hay unilineales), allegadas por el americano durante el periodo 1919_1934.

Se trata de fijar en la memoria, a través de la escritura, ocurrencias, anécdotas, sueños, imaginaciones, noticias o lecturas (pasajes de la Enciclopedia Británica, Baudelaire, New York Time, Papiro Anastasi I) experimentadas por un hombre tan sensible como escasamente afortunado en vida.

De estos “embriones”, los más numerosos son los referidos a situaciones, pesadillas, personajes, escenarios o acontecimientos horripilantes. Llama la atención que en las pocas líneas de cada apunte el autor sea capaz de trasmitir tan enorme carga de angustia, pavor o sofoco existencia, según cada caso. Viejas mansiones, cementerios, castillos medievales, acantilados musgosos y resbaladizos, templos con misas negras, necrópolis, monasterios en ruinas, subterráneos, bosques milenarios, monstruosos pecios, tumbas, librerías de antiguo y lugares extradimensionales son los escenarios que gusta elegir para ubicar las referencias. Alienígenas, hechiceros tibetanos, brujas (Salem), zombis, catalépticos, viajeros espaciales y demonios contribuyen a robustecer “la convicción perturbadora de que toda la vida es sólo un sueño engañoso tras el que acecha un siniestro y deprimente horror”, advierte Lovecraft (pág. 104).

Una vez más, Periférica atina con sus ediciones.  Efectivamente, “en su pequeñez (138 páginas), este librito puede ser muy útil. Al proyectar la escritura hacia el lugar de su maquinación, el llegar a ser de su ser, colocando a Lovecraft fuera de su obra y a sus célebres textos como una tentativa, nos invita a la totalidad” (J.A.G. Román, pág. 127).

 

P. Lovecraft, Cuaderno de ideas. Cáceres, Periférica, 2023.

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