DE LA I A LA II REPÚBLICA: ROSO DE LUNA (1872-1931)
Mario Roso de Luna (Logrosán, 1872-Madrid, 1931) fue uno de los pensadores más conocidos en España durante el primer tercio del siglo XX. Doctor en Derecho y licenciado en Ciencias Físico-Químicas, astrónomo, historiador, filósofo, matemático, músico, ateneísta, etnógrafo, masón, periodista …, pocas cosas humanas le fueron ajenas. Quedará sobre todo como la máxima figura de la Teosofía en nuestro país, esa búsqueda insobornable de la Verdad, la Bondad y la Belleza según las enseñanzas de Madame Blavatsky, a la que tanto admiró (para bien y para mal) el cacereño.
Las obras de Roso, salvo alguna reeditada sin apenas orden, resultarían inaccesibles para el lector contemporáneo a no ser por la decidida voluntad de Esteban Cortijo (Cañamero, 1952), su paisano y en muchas facetas “alter ego”.
Con extenso estudio introductorio y notas a pie de página, acaba de aparecer el nº 7 de la colección rosoluliana que edita Delfos en Asturias, tierra tan querida por Roso: La Humanidad y los Césares, que lleva un esclarecedor subtítulo: “Suscitaciones teosóficas con motivo de la guerra actual”.
Según bien se sabe, la I Guerra Mundial (1914-1918), contienda a la que aquí se alude, trajo malaventuras hasta entonces desconocidas. Tanto los países aliados (Inglaterra y los suyos), como los del “Eje” (Alemania), destrozarían Europa, matando inmensas multitudes con armas nuevas tan letales como los aviones, tanques, submarinos, gases venenosos y otras de destrucción masiva. Los dos bloques encontrarían partidarios en España, que por fortuna se mantuvo neutral. ¡Cuando tantos ilusos pensaban que se iba a entrar en una edad dorada!
Roso figuró entre los afectos a los aliados, aunque sin abominar de Alemania (“Pueblo maravilloso, pueblo incomparable el pueblo alemán, cuyos trescientos o más principados medievales, después de haber arrollado al imperio romano, infiltraron en Europa el apego a la libertad individual, la fidelidad en los tratados, el espíritu caballeresco, el amor a la música y a la epopeya, la dignidad de la mujer, el culto del hogar y del trabajo, el sereno procedimiento analítico frente al «farraguismo» aristotélico, los inventos de Asia y el misticismo genuinamente cristiano”, escribe). Eran justo los principios que la “Kulturkampf” y sus seguidores del II Reich habían traicionado, danto origen horroroso conflicto.
Poco después de estallar la contienda, Roso comenzó a ocuparse de la misma en una serie de artículos, hasta 25, que le publicó El Correo. Diario de Valencia, entre octubre y diciembre de 1915, interrumpidos al parecer por presión de los lectores más conservadores. Poco después, los recogió en un volumen (Madrid, Pueyo, 1916), que ahora reaparece limpio de erratas y en las condiciones antes dichas.
Roso se propuso realizar un análisis de las causas profundas que habían originado la guerra, a la vez que sugería fórmulas para aquella terrible catástrofe. Con ese fin, desarrollando un auténtico curso de Filosofía de la Historia, pasa revisión a las vicisitudes sufridas por la Humanidad ante los numerosos Césares que a través de los siglos la han ido sometiendo, aunque todos y cada uno serían destruidos…, casi siempre para dar origen a nuevos tiranos y repetir el proceso. Roso, con abrumadora erudición y agudeza, va pasando revista a los Imperios de atlantes, egipcios, babilonios, persas, griegos, romanos, omeyas, tártaros, españoles, franceses, ingleses y prusianos, a la vez que sugiere cómo impedir ese “eterno retorno” (él, enamorado de Platón, odia a Nietzsche tanto como a Aristóteles o los Jesuitas, contra quienes dispara con grueso calibre). La fuerza del “karma” es superior a la de cualquier Imperator.
La “paz perpetua” (Kant) sólo será posible con el predominio de la fraternidad universal sobre las conductas violentas, tanto a nivel de pueblos (filogénesis) como de los individuos (ontogénesis). El mundo, mal que le pese al funesto militarismo y a la agresiva patriotería de unos contra otros pueblos, es ya uno en muchísimas cosas y aspira a ser uno y solidario en todas las demás”, avanza Roso, a la vez que propugna la creación de un Derecho internacional. Los cinco símbolos de la Sociedad Teosófica (el sello de Salomón, la cruz ansata, la esvástica, el ouroboros y el aum) acabarán imponiendo su pacífico mensaje, porque, según el lema que los rodea, there is no religion higher than truht. Es también la doctrina auténtica de Cristo, cuya imagen Roso hizo imprimir en portada.
Mario Roso de Luna, La Humanidad y los Césares. Suscitaciones filosóficas con motivo de la guerra actual. Edición de Esteban Cortijo Parralejo. Delfos, Oviedo, 2022.