Ya soy tierra extremeña es la inscripción que Jesús Delgado Valhondo (1909-1993) dispuso se grabase en la lápida de su sepultura. El afecto del escritor emeritense por el terruño le hizo comprar una parcela con encinas junto al santuario de Carrión, orillas del Gévora. Al menos éstas quedarán seguras, gustaba repetir, recitándonos a A. Machado (siempre firme, siempre igual/impasible casta y buena/¡oh, tú, robusta y serena/eterna encina rural…”.
No pude menos que recordar al maestro andaluz y al querido J.D. Valhondo tras la lectura de Las pertinaces dehesas, excelente poemario de un hombre nacido y criado por aquellos lares, a la sombra del castillo de los Luna, aunque ausente desde su juventud. Elías Cortés (Alburquerque, 1940), comisario de policía, que reside en el Levante español, pero siempre con el corazón tendido hacia la Raya, es autor de otro intenso poemario, con resonancias de Miguel Hernández, Escribiré del amor en tus entrañas (2013), si bien lo suyo ha sido la prosa humorística. Entre 1965 y 1978 publicó un largo millar de artículos en La Codorniz,con colaboraciones en otras revistas del género, como El cocodrilo Leopoldo, Cuadernos de Humor o La Golondriz. También ha cultivado las narraciones cortas, con premio en numerosos certámenes.
Juan Calderón, otro creador alburquerqueño, me puso en la pista de la reciente entrega de su paisano. No se lo agradeceré bastante, porque pocas veces se consigue disfrutar con versos tan conmovedores. Reconociéndose con el pie ya en el estribo, próximo a la barca que nunca ha de tornar, Cortés exige para sus cenizas un camino último hacia el oeste. Se justificará así el verso último del poemario: “¡Ya soy dehesa!”.
Antes, pleno de melancolía, va a realizar un retorno al paraíso del que tan prontamente se alejó por razones laborales, si bien confiesa que nunca lo abandonó en espíritu. Yo no he salido jamás de Extremadura, solía decir Pedro de Lorenzo, pese a las imposiciones físicas de la diáspora. Troquelados desde la niñez gustos, olores, perspectivas, sensaciones táctiles… es frecuente que forjen la personalidad hasta límites profundos, sobre todo si no se los intenta deshacer por las razones que fueren (los complejos funcionan según cánones conocidos). Ya sabemos, el hombre es su infancia.
Cuán profundamente mantuvo el autor ese patrimonio psíquico se percibe en todas las composiciones, poemas de amplio alcance, en versos blancos y libres de arte mayor, repletos de metáforas, alegorías, sinestesias, anáforas y tantos otros recursos líricos. Llaman especialmente la atención las prosopopeyas, que le facilitan el coloquio con ejemplares de la flora y fauna típicas, identificados como símbolos. Los títulos resultan reveladores: “La indiscreción de los grillos”, “Espejismo de lagartos”, “Abejarucos en el alma”, “Los buitres confusos”, “Un desánimo de mastines”, “Berrea desesperada”, “La ansiedad de los toros bravos”, “Lamento de cárabos” o “Abejarucos en el alma”, por no decir el que da nombre a la obra, ”Las pertinaces dehesas”.
Identificándose con sentimientos atribuidos a animales o plantas, muchos en peligro de extinción o prácticamente desconocidos para quienes han ido dejando vacías las poblaciones rurales, los salva merced al lenguaje, preciso, ágil, cálido, sugerente siempre. También reconoce que no todo fue paradisíaco en las majadas del abuelo, donde la escasez imponía las reglas. (Volvemos a encontrar a menudo la que para mí ha sido la palabra-testigo de la literatura extremeña: hambre).
Como Elías Cortés me ha hecho revivir en todas las páginas y según tengo escrito, también yo me percibo portador de una herencia que no lograré transmitir. Morirá con nosotros, los últimos retoños de las tribus agroganaderas. Hablo de olores como el vaho de las cabras, el hervor de los altramuces, las eras encendidas o el brillo del alcornocal tras la lluvia. Poseo sobre mi piel el calambre de los grillos recién apresados, la sedosa musculatura de peces sorprendidos en la cueva, las caricias de un pelacho titubeante. ¿Cómo y a quién decirle el murmullo de las colmenas, la zumba de los moscardones, el crepitar de zarzales en llama, el estallido de las piñas abiertas por el sol, los rumores miles del encinar? ¿Quién recoge de mi boca el empuje del calostro, la dulzura de los chupamieles, el amargor de los rabiacanes, el agraz del acerón, el encandilamiento de la melcocha o el azúcar de los higos rayados por la blanda?
Sin duda, la inmarchitable memoria de alcornoques, melojos, jaras y encinas, con sus hermosísimos colonos, contribuirá a su pervivencia.
La obra lleva prólogo de Javier Puig y un epílogo del alburquerqueño Aureliano Sáinz, catedrático de Didáctica de la Expresión Plástica en la Universidad de Córdoba.
Elías Cortés Fernández, Las pertinaces dehesas. Badajoz, Diputación, 2023.