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Manuel Pecellín

Libre con Libros

               LAS RAÍCES DE EFI CUBERO

 

Conocí a Efi Cubero, mediados los ochenta, en Cataluña, epicentro entonces desde surgían los mayores ímpetus que agitaban la Piel de Toro. Nacidos allí o concitados por un imán indeclinable, poetas, novelistas, dramaturgos, pintores, músicos, cantautores, bailarines, cineastas, incluso humoristas y figuras de todos los deportes – geniales, tantos de ellos -se dejaban ver por las Ramblas, convertidas en auténticas cosmópolis. Algunos de los creadores más relevantes eran amigos suyos; los trataba con asiduidad y escribía lúcidos análisis de sus obras en medios apreciados. A la vez, a Efi se la saludaba a menudo en los centros y hogares de Extremadura, tan animosos, una larga veintena reunidos en confederación, que hombres y mujeres increíbles alentaban infatigablemente. La saludé en multitud de recitales, coloquios, conferencias, jurados, representaciones dramáticas…, siempre junto al manchego pertinazmente callado, a quien ahora se le dedica este volumen, “para mi amor único y eterno, Alfonso, siempre todo”.

Tuve el honor de publicar uno de los primeros libros de aquella escritora, venida al mundo en Granja de Torrehermosa y residente en Barcelona desde la preadolescencia. Altano se le dice, según la RAE, al viento que sopla alternativamente del mar a la tierra y viceversa. El título parecía sugerir la doble proyección existencial que ha venido  manteniendo su autora, sensible a las auras que surgen del Mediterráneo  de Serrat, sin perderle el rostro a las dehesas y trigales sureños.

Por fortuna, he podido leer buena parte de sus ensayos y todos los poemarios de esta rara avis de las letras españolas, ella misma amante de la soledad, devuelta al territorio de los orígenes, allí por donde Extremadura enlaza con Andalucía. Ha querido facilitar la lectura de los poemas con los que más se identifica, selección hecha por la propia autora de los muchos publicados durante los lustros últimos, más un puñado de inéditos. También a ella se debe la disposición de la antología, estructurada como si de entrega unitaria se tratase, omitiendo las cronologías y fichas bibliográficas correspondientes a los originales.

A este bosque lírico, con casi trescientas composiciones, le ha puesto un enjundioso estudio preliminar Javier del Prado Biezma. El profesor y crítico toledano, también curtido en las lides de la creación poética, hace un elogiable esfuerzo por trazar las líneas que Efi ha seguido más fielmente desde sus inicios hasta hoy.

A mí me llama la atención, sobre todo, la seguridad que siempre ha demostrado en el manejo de sus claves predilectas. Así se origina la impresión de que a esta (Efi) Ifigenia  clásica, ya fuere en Táuride o en Áulide, firme o en éxodo, todo le nace de idénticas raíces. Tal vez por eso el nombre de Rizoma para el título: se diría que los casi trescientos poemas aquí agavillados constituyen otras tantas yemas de un mismo tallo subterráneo, nutriente eficaz y generoso.

Cuanto produce responde al mismo ADN lírico, que la autora gusta definir como poesía de la extrañeza, “el trenzado invisible de todo, un concepto filosófico que no admite jerarquías… se eleva como una columna salomónica y, a la vez, es la raíz nutricia que escarba en el subsuelo, ara la tierra y la abona. Es por tanto Espíritu y materia” (p. 35).

Las manifestaciones de esa dualidad, armónicamente fundida en un mismo Todo, aislada por los velos de Isis, serán objetivo de revelación para esta voz singularísima, siempre controlada, plena de ecos no fácilmente reconocibles. El poema constituye el lugar de los descubrimientos merced al uso preciso de las palabras, por lo que también encontramos en sus versos multitud de reflexiones metapoéticas.

Amante de pintores como Caravaggio, Rembrandt o Turner, dotada de una especialísima vena metafórica, Efi Cubero puede deslumbrar con metros clásicos (hay sonetos de extraordinaria factura), aunque prefiere librarse de rimas e imposiciones, dejándose conducir solo por la música espontánea del lenguaje, que ella percibe como pocos. Tan volcada hacia su mundo interior, como a la Naturaleza circundante (por supuesto, también nos recordará ciudades visitadas como Roma, Londres, París, New York, por no decir Barcelona), abundan las imágenes construidas sobre percepciones de árboles o plantas, capaces de sugerir estados de ánimo con las que se los suele identificar (encinas, almendros, olivos, amapolas, narcisos, retamas, limoneros, jaras…).

Tres amplios poemas alegórico destaca el prologuista, y yo lo asumo, como síntesis de la poética de Efi Cubero: “Caravaggio”, “Peces” y “Azar”. Bastan para sostener que estamos ante una de las escritoras extremeñas de más depurada pluma. n

 

Efi Cubero, Rizoma. Ciudad Real, Mahalta, 2023.

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