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Manuel Pecellín

Libre con Libros

        VERSOS DE GRATITUD Y ESPERANZA

 

 

Juan Ramón Jiménez (1881-1958) incluyó “El viaje definitivo” en sus Poemas agrestes (1910-1911). Autor extraordinariamente riguroso, tanto con los demás como consigo mismo, el de Moguer siempre pareció satisfecho con aquella composición de juventud, al inicio de la etapa modernista, por la recepción que mantuvo en sus “antolojías”. Los estudiosos resaltan la carga de soledad y tristeza que, junto con el lenguaje sensorial e intensa carga pictórica, rezuman aquellos conmovedores versos:

 Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco…

 Quienes conocen a Antonio Castro (Villarta de los Montes, 1957) no se sorprenderán de que haya decidido un título tan rotundamente juanramoniano para su entrega última. La prologa Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), quien se declara prendido por “la marea delicada de sus palabras, sabiendo que no hay nada de superfluo, que todo obedece a una exigencia de lentitud que ellas mismas se imponen para acercarse a las cosas más importantes, que son, precisamente, las más frágiles, las más desamparadas” (p. 9). Símbolos de las mismas pueden ser los pequeños pájaros cantores que anidan en estas páginas, con magníficas ilustraciones de María Pírez Carrasco: currucas, ruiseñores, mirlos, oropéndolas, lúganos …inundan con sus trinos el valle rayano, compitiendo con la canción inalterada del Gévora.

Los poemas están compuestos en un lugar paradisíaco, a orillas del río hispanoluso que nace en la sierra de San Mamede, para entregar en Badajoz sus aguas purísimas al confuso Guadiana, tras recorrer parajes de ensueño. A mitad de su recorrido, junto a la Rabaza fronteriza, tiene casa y huerto el poeta, muy próxima a la que también habitase el llorado Ángel Campos. Allí, con bosquecillos de ribera increíblemente hermosos y repletos de aves, trabaja, recibe, a sus amigos, medita, lee, escribe, oye música, sueña, recoge todo tipo de plantas o frutos silvestres, sufre y goza un hombre de extraordinaria sensibilidad. Si entendemos mejor la descansada vida de fray Luis en su huerto salmantino; las cábalas de su amigo Arias Montano desde la Peña de Alájar, o los filosofemas de Pascal en el convento de Port-Royal, este (audio)libro destila lo mejor de sí leyéndolo junto a la Cascada da Cabroeira, algún rincón de La Lamparona o la ermita de La Lapa. Y eso que también es posible escucharlo en cualquier escenario, si escaneas el QR impreso en su apertura.

La obra se sustenta en cinco pilares fundamentales: el asombro, la reflexión, la denuncia, la gratitud y la esperanza.

El mundo y la vida en sí misma nos regalan cada día cientos de oportunidades con que maravillarnos. Sólo hay que tener los sentidos abiertos (¿Dónde ponemos los asombros?, titulaba J.D. Valhondo) a

las personas que nos rodean, las palabras que escuchamos, el afán incansable e incomprensible del ser humano y, sobre todo, la contemplación de la naturaleza. Captaremos el cotidiano don que nos ofrece, si nos detenemos a observarla con amor y sin prisas. Nace así un canto sin forma, una partitura sin notas, un prodigioso mosaico donde de manera gratuita se nos muestran infinitas teselas solicitando nuestra atención y su lugar en la tierra. El poeta observa, mira, escucha, siente y percibe, elevando su voz como testimonio. Nos facilita así analizar nuestro comportamiento frente a los mensajes que nos envía el universo y la madre naturaleza (a veces, angustiosos gritos de auxilio).

Imposible ignorar señales que nos llegan y demandan una respuesta y una acción como seres humanos, como especie supuestamente inteligente, impasible, sin embargo, tantas veces ante los despropósitos y las barbaridades de nuestros propios actos.

Como “El viaje definitivo” primigenio, los hermosos versos de A. Castro pueden generar un poso de tristeza. La despedida de quien asume su finitud y trasmite la nostalgia futura de las cosas, las personas y el mundo, ajenos ya a su presencia, nos agobia. Pero también, un sentimiento de satisfacción y dicha, de gratitud y esperanza. Ayudan a saber, conseguir el convencimiento, de que, a pesar de todo, incluso de nuestros desmanes como especie, la vida romperá a través de las piedras. Y los pájaros, con o sin nosotros, seguirán cantando.

 

 

Antonio Castro Sánchez, Y se quedarán los pájaros cantando. Valencia, Olé Libros, 2024

 

 

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